La mañana era fría.
Su cuerpo parecía no sentir el aire helado que recubría cada paso de su andar.
El viento tenue, pero imponente, componía una melodía. Era una canción de nostalgia, de tristeza, de agonía. Mientras, acariciaba su rostro, con la delicadeza y la sensación que jamás un ser humano podrá lograr.
La mirada estaba firme: hacia adelante, al infinito que lo esperaba. De repente, cuál si fuese una constelación fugaz, aparecía un débil rocío. Poco a poco empezaba a ser bañado por un incesante llanto que provenía del cielo, mientras seguía su andar.
Inquieto el sentimiento, paró su caminar y daba vuelta atrás, con el ánimo de convencer a la razón de volver. Pero aquel viento, aquel frío, aquel rocío, habían hecho su trabajo, una media vuelta bastó para seguir su andar. Ya todo había sido, ya todo quedaría atrás.
Escrito en 1995
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