No es imaginación, es recuerdo.
Sólo se escuchó un disparo con eco y
luego silencio. Era un domingo en la tarde, día de visitas, y como muchos
domingos, me dedicaba a descansar o ver televisión. Era lo único que podía hacer
en el batallón, pues los turnos de guardia eran de 6 horas, dos al día, lo
suficiente para dormir poco, y cualquier momento había que aprovecharlo para
descansar.
Salté de la cama y
cogí el fusil. Pero el silencio me hizo pensar que no era tan grave la
situación. Se suponía que uno de los cuarteles militares menos peligrosos en
Bogotá era el batallón guardia presidencial, pues lo único que se necesitaba
era soportar largas horas de pie, aguantando el peso del casco, el fusil
terciado y los proveedores a cada lado de la cintura. Lo peligroso era que la
sábana del catre no estuviera templada o que el escudo del casco, la hebilla de
la riata, las cucardas o los zapatos de
charol perdieran su brillo, pues eso podría significar un “tablazo” en las
nalgas o en el peor de los casos un golpe en la cabeza por parte de algunos
oficiales o suboficiales.
Sin soltar el fusil
caminé hacia el pasillo, por el cuarto de aseo y vi algunas personas que
corrían hacia el sótano, donde parqueaban los camiones del batallón. Aquel cuarto
había sido el escondite del soldado Castro, un soldado compañero que había
sufrido su estadía en el ejército sólo por ser gordo. La sufrió desde el primer
día, cuando ninguno de los uniformes le quedó bueno y el Teniente Lozano le
prometió que rebajaría de peso a como diera lugar, mientras durara en el
ejército.
“¿Donde está el
soldado IBM? ¡Soldado! ¿Usted sabe que significa IBM? –No mi teniente. No sé
qué significa- Inmensa Bola de Mierda. Eso significa soldado. No pasan almorzar
hasta que aparezca el soldado Castro, digo, el soldado IBM”. Era la rutina, el
teniente Lozano lo ponía a dar 40 vueltas a la plaza de armas o hacer 40
ejercicios de piernas o 40 lagartijas cada vez que lo veía y era condición para
poder almorzar él y también nosotros, que teníamos que esperar a que
hiciera todos los ejercicios que le mandaban hacer. Por eso se escondía en el
cuarto del aseo.
En un trote lento
seguía por el pasillo en dirección a las escaleras que daban al sótano,
mientras veía a algunos compañeros bajar con el fusil terciado por las gradas.
Ese pasillo era Paso obligado por el tablero donde salían los listados de los
turnos. Los domingos de visita había también turnos, y ese domingo el soldado
Castro estaba reportado en la lista. Hacía un día había llegado de nuevo al
batallón, después de haber estado casi tres meses en la finca Hatogrande,
prestando guardia. Se había ofrecido para ir, y así escapar del objetivo del
teniente, quien no perdonaba verlo para ponerlo a hacer ejercicios, sin importar
la hora, ni el lugar: “Soldado Ladilla, cuarenta vueltas a la plaza de armas.”
–ordenaba a Castro, delante de 120 soldados- “Soldado Agredo, ¿Usted sabe que
significa ladilla? -¡No mi teniente!- ¡Partícula Microscópica pegada a la punta
de los pelos del culo!.”
Aquel domingo el
Teniente Lozano estaba en el batallón y tampoco había desaprovechado la
oportunidad de darle su ración al soldado: “Soldado IBM, ¡Atalájese! ¡Acomódese
la cucarda! ¡Dele una vuelta al batallón!”. Mientras, los visitantes distraían
sus miradas para fijarse en el soldado Castro. Un rostro que parecía congelado
en los 8 meses que llevábamos en el ejército, con unos ojos bien abiertos y el
iris de color verde, mirando asustado y las gotas de sudor bajando lentamente
por sus inflados cachetes blancos y para ese día colorados por las quemaduras del
frío.
Seguí trotando y al
bajar las gradas llegué al sótano. Algunos compañeros habían llegado antes que
yo y veía como agarraban sus cabezas. Había disminuido el impulso, el caminar
era ya lento. Al acercarme, algunos
soldados rodeaban a alguien que yacía sobre la silla que estaba recostada en la
pared. Apenas veía sus pies, con las botas puestas y un fusil entre sus piernas.
Miré la pared y vi una gran mancha roja que dejaba caer goterones hacia el
piso. Detuve mis pasos. Más gente llegaba y pasaban delante de mí para saber
quien era ese soldado. No quise acercarme y pregunte quien era esa persona que
tenía un fusil entre las piernas. “Marica, es Castro”.
CONSEJO DE ESTADO
SALA DE LO CONTENCIOSO
ADMINISTRATIVO
SECCIÓN TERCERA
DECLÁRASE
patrimonialmente responsable a la NACIÓN – MINISTERIO DE DEFENSA – EJÉRCITO
NACIONAL por la muerte del
joven LEONARDO CASTRO GONZÁLEZ, ocurrida el 20 de marzo de 1994, en las
instalaciones del Batallón Guardia, Presidencial, en Bogotá.
Bogotá, D.C., veintitrés (23) de septiembre de dos mil
nueve (2009)
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