viernes, 29 de enero de 2010
Los Malabaristas del Semáforo:
Entre el rebusque y una nueva cultura.
Ante las grandes dificultades económicas que afrontan cientos de familias, los semáforos se han convertido en un espacio propicio para rebuscarse a diario un modo de vivir. En medio de muchas formas surge un nuevo mecanismo de rebusque, que se diferencia de los demás: El malabarismo.
Tres machetes que se lanzan y se alternan en el aire, son toda la materia prima que requieren. EPS, primas, cesantías, vacaciones y pensión, son términos ajenos al dialecto de quienes a diario se estacionan en un semáforo a conseguir el sustento diario. Mientras, los niños en las calles dejan de lado sus cuadernos y juguetes. Imitan a los adultos y especializan su trabajo: pasan de ser limpiavidrios a Malabaristas.
Nace otro tipo de Mercado Informal.
El malabarismo en el semáforo es una actividad promovida desde el sur del continente. Se inició en Argentina, desde 1991, promovido por la fundación El Circo Social del Sur. Esta institución tuvo la iniciativa de utilizar el tiempo libre de los jóvenes pertenecientes a sectores marginados, para capacitarlos en el aprendizaje técnico de malabares, zancos y acrobacias, con el fin de alejarlos de un mundo vulnerable a las drogas y la violencia. A partir de esto, empezaron a verse en los semáforos estudiantes de El Circo, utilizando sus conocimientos para ponerlos en la escena callejera.
Un nuevo auge comienza a invadir no solo a toda Argentina, sino que empieza a expandirse hacia otros países del norte (entre ellos Chile y Ecuador), hasta llegar por el sur a Colombia. Poco a poco se empieza a ver en los parques y calles de Cali payasos, acróbatas y malabaristas. Una nueva forma de mercado informal nacía en el semáforo sin avisar, ya no se vendía un producto o se ofrecía un servicio (limpiar vidrios o revisar las llantas), ahora se brindaba un espectáculo público: los malabares.
Los propios Argentinos o Chilenos que llegan a la ciudad, después de recorrer algunos países, empiezan a ser imitados por niños, jóvenes y adultos que ven en dicha actividad una nueva tabla de salvación ante las escasas posibilidades de obtener un ingreso económico.
Pero no son los inmigrantes los únicos que promueven dicha actividad. En Cali existe una fundación similar a la que labora en Argentina. Circo Para Todos también funciona en los sectores marginados de la ciudad, formando a los jóvenes con el mismo objetivo de cambiar las actividades lúdicas por el ocio y así prevenir la drogadicción y la violencia. Aunque Circo Para Todos no forma para que salgan a los semáforos, los que no ingresan ven lo que allí hacen, practican en las calles y con lo mínimo aprendido se arrojan a un semáforo a cambiar sus malabares por una moneda.
¿Es una nueva cultura?
¿Podría afirmarse que esta práctica hace parte de la cultura? Para responder a ello, se podrán tener en cuenta dos aspectos.
Por un lado, se puede hacer alusión a una definición teórica. La socióloga Gladis Adamsom, considera que la sociedad es un gran tejido de significaciones creadas por el hombre, donde la urdimbre de dicho tejido es la cultura. “Cultura es esa urdimbre de significaciones que toda sociedad crea para sí misma y que le permite reconocerse como tal”, afirma Adamsom. Así, cualquier actividad que se desarrolla y que genera elementos de identificación (distinción) entre los individuos de un determinado grupo, podría denominarse cultura.
El malabarismo en la calle se convierte en una de las tantas “urdimbres” donde las personas de los sectores marginados empiezan a dar una significación especial a dicha actividad. En esa nueva forma de Mercado Informal, que no solo representa una mayor rentabilidad económica (en comparación con el limpia vidrios, o el que sólo pide plata), surgen también algunos elementos que identifican a los individuos que empiezan a hacer parte de él.
El vestuario es uno de ellos. Puener, que es una de las tantas personas que realizan malabares en el semáforo, maquilla su rostro a diario para salir a exhibir su espectáculo. Basta con ello para hacer parte de esos elementos que identifican a esta nueva urdimbre. Sin embargo, esta no es la única forma de identificación, pues son varios los elementos que se destacan (aquí y en cualquier grupo). Por ejemplo, algunas de estas personas consideran que una forma de distinción es su destreza, tal como lo afirma Edwin, (quien trabaja en los semáforos de la autopista Sur-oriental con 66 limpiando vidrios y lanzando tres antorchas al tiempo): “Cualquiera no lo hace”, afirma haciendo alusión a su distinción frente a los demás trabajadores del semáforo. Hay una significación relevante de lo que es ser malabarista.
De otro lado se puede asumir dicha actividad desde la legislación estatal con respecto a los malabaristas del semáforo. Puede parecer obvio que este oficio no esté tenido en cuenta dentro de leyes culturales, y evidentemente es así. El Estado marca su ausencia no sólo por la ineficacia en el cubrimiento de las necesidades básicas de la población marginal, sino también por la falta de reconocimiento a esta actividad, que de alguna manera puede ser considerada como arte. No hay mención del malabarismo en el semáforo en ningún artículo, ni en los eventos artísticos (festivales de teatro, por ejemplo), convocados por la agenda cultural en Colombia.
El Ministerio de Cultura, en el parágrafo del artículo 2 (ley 881 del 2004), estipula que se considera artista nacional “todo escultor, pintor, actor, compositor, cantante, músico, bailarín, exponentes de artes escénicas como danza y teatro o en fin, cualquier persona que de una u otra manera interprete, ejecute o realice obras literarias o artísticas, y sea nacido o nacionalizado en Colombia.” ¡Ah sorpresa!, se alude indirectamente a los malabaristas como artista o ¿quién podría negar que lo que hacen los malabaristas en el semáforo hace parte de una exposición de arte escénica teatral? muchos de ellos asumen su acto como tal, y su vestido, maquillaje y la gestualidad hacen parte del rito que los acompaña día a día. No obstante, la ley queda en el aire y lo cierto de todo es que no reciben ni siquiera un reconocimiento simbólico a pesar de que puedan ser considerados en la ley.
No cabe duda, estamos hablando de un nuevo fenómeno ligado no sólo al Mercado Informal, sino también a una nueva cultura, que es reconocida desde la teoría social, hasta la legislación cultural de Colombia que alude indirectamente a ella.
Una nueva forma del empleo informal
Puener es una de las tantas personas que han llegado a trabajar en el semáforo. Abatido por una dificultad amorosa y sin posibilidades de ubicarse en un empleo, ha podido suplir sus necesidades a través de su trabajo como malabarista en los semáforos. Seis horas promedio lanzando machetes al aire, bajo el rigor del sol, son necesarias para hacerle “el quite” a un problema estructural, donde el gobierno se hace el de la vista gorda.
Al igual que Edwin, Puener se considera artista, aunque con una consideración diferente “Más que por lo que hago, es por mi dedicación.” Hay que tener en cuenta que Puener llegó a ser malabarista en el semáforo después de probar algunos oficios. Es decir, su oficio actual, responde más que a una vocación, a una necesidad: emplearse para obtener lucro. Edwin, por su parte, considera a los malabares como una actividad que le enorgullece, pero no por la actividad misma, sino por que, como él mismo afirma “He ganado más que en todo lo que he trabajado”
Es interesante poder dar cuenta de este nuevo fenómeno como una vía de escape ante la imposibilidad de emplearse formalmente. Es una nueva forma de empleo informal. Los investigadores Manuel Alvaro Ramirez Rojas y Diego Andrés Guevara Fletcher, en su trabajo investigativo: Informalidad y Precarización del Empleo: Los Efectos De La Globalización, argumentan que “el sector informal es aquel conformado por quienes se dedican al servicio doméstico, trabajadores familiares sin remuneración, trabajadores independientes que no son profesionales ni técnicos, obreros, patronos o empleados particulares que laboran en empresas de diez o menos empleados, vinculados en su mayoría al sector de comercio y prestación de bienes y servicios. Son por lo general empleos precarios y de baja productividad…”.
No sólo hacen parte de un nuevo tipo de empleo informal, sino que se marginan de lo que el sociólogo Urlick Beck ha definido como empleo pleno, que tiene como aspectos esenciales: el contrato de trabajo, el lugar de trabajo y el tiempo de trabajo. El mismo autor argumenta que estamos en un proceso de flexibilización del “pleno empleo” y con ello, las fronteras entre trabajo y desocupación se hacen fluidas, generalizándose formas “plurales y flexibles de subempleo”. De ésta forma se descentraliza el lugar espacial del trabajo y aparece una organización de la ocupación invisible, donde se desconocen las estructuras, las normas o formas de utilización de la fuerza de trabajo.
Es cierto, estamos no sólo frente a una nueva forma de algo que pueda denominarse arte, sino ante una nueva organización de ocupación, invisible ante los estamentos estatales.
La proliferación de este oficio, va de la mano con los datos del Dane: “las tasas de desempleo en Colombia se reducen sin crear nuevos puestos de trabajo”. En el tercer trimestre del 2005 la cifra de desempleo, según el mismo DANE, era de 2´358.581. Un año después la cifra llegó a 2´568.042. (Recordemos que las cifras son aproximaciones y no la realidad). Tal como sucede a nivel cultural, los malabaristas del semáforo, no existen. Aún no hacen parte de una cifra, se reafirma: es una organización invisible ante el gobierno.
Los Niños Malabaristas: Una niñez ausente
Ya se ha hecho referencia a la invisibilidad de estos sujetos ante cualquier tipo de política Estatal. El tema se vuelve más delicado si se tiene en cuenta que gran parte de la población infantil de sectores marginales, están invadiendo los semáforos. Jorge es uno de ese número invisible de niños que llegan al semáforo a buscar dinero. Tiene 12 años y hace 5 años trabaja en los semáforos, pidiendo plata, limpiando vidrios y ahora último haciendo malabares, encaramado en los hombros de dos jóvenes más y lanzando tres antorchas al tiempo. Casi ocho horas diarias estirando su pequeña mano decenas de veces en el día. Con lo que gana, ayuda a su madre y a su hermana de cuatro años.
Empleo informal, actividad cultural u otros elementos relacionados con el trabajo que desempeñan los niños quedan relegados ante otras dificultades más de fondo. La vulnerabilidad física y Psicológica es muy intensa. “el niño no está… está dejando la escuela y ese es un impacto grave para ellos, porque en últimas el niño ve a otros niños estudiando y empiezan a comparar: ellos están estudiando, yo estoy trabajando”. Explica la Psicóloga Ximena Escobar. El limpiavidrios y las antorchas reemplazan no sólo los lápices y cuadernos, sino también la pelota o las muñecas, es decir, el juego, que también hace parte fundamental de la etapa de la niñez.
Según Liliana Obregón, coordinadora en Colombia del IPEC (Programa Internacional de Erradicación del Trabajo Infantil), en nuestro país hay 50.000 niños en programas de ayuda, a cargo de los organismos encargados de evitar el trabajo infantil: el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y el Ministerio de Trabajo. Según el DANE, se puede observar una disminución del porcentaje de niños trabajadores del 2001 al 2005 (12.8% a 8.9%).
La cuestión es ¿Cómo acceder a los 50.000 niños que están en los programas de ayuda? O ¿Cómo escapar de esa cifra de niños trabajadores? La realidad es cruel. Niños desde los tres años, con su carita pintada y parándose durante 40 segundos ante cientos de autos tratando de motivar a los motoristas, para que den una moneda. ¿Dónde ésta el ICBF o el IPEC?
Aunque los niños no son conscientes de trauma alguno, pues simplemente el trabajo es un modo de salir adelante, la patología se evidenciará en su futuro, cuando todos los complejos por los espacios perdidos emerjan en la adultez. No es arte. No hacen parte de una nueva forma de empleo informal. Es simplemente un absurdo de un mundo cada vez más desinteresado por suplir las necesidades de la población marginal y de velar por garantizar el futuro de unos niños, inocentes de pertenecer al mundo de los excluidos.
surge como una nueva dinámica cultural que se instituye como modelo hegemónico, a aquella población marginal que carece de las oportunidades brindadas por el Estado.
( Foto: Sara Montoya)
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