“No es la muerte la que disuelve
el amor.
Es la vida, la que disuelve
el amor.”
Héctor Abad.
“Buenas noches soldado, que duerma” Me dijo después de bajar
la ventanilla de su carro para asomar su cabeza. Eran un poco más
de las 12 de la noche, estaba prestando el servicio militar obligatorio en el
Batallón Guardia Presidencial y me había tocado el turno en el palacio de
Nariño. A esa época y con mis apenas 18 años ya conocía y admiraba a Jaime
Garzón.
No me perdía su programa ZOOCIEDAD y que decir el noticiero
QUAC. Su picardía y su ingenio estaban ganando poco a poco a miles de
colombianos como yo, que gozábamos de su carisma y de esa sonrisa pegajosa.
Pero tras ese toque de humor inevitable en su rostro, estaba lo mejor de él:
Una manera particular de ver nuestro país, como muy pocos se atrevían a verlo,
pero sobre todo a expresarlo en voz alta.
Este profesional en Ciencias políticas y Comunicador Social,
se atrevía a mirar no sólo la triste realidad del panorama político de nuestro
país en ese entonces (y que poco ha cambiado), sino que además invitaba a
transformarlo, a soñar con uno diferente a partir de las pequeñas acciones, por
medio de la risa infalible y de sus personajes que representaban el colombiano
común y corriente, el que nunca es protagonista.
No se reducía a la denuncia o a la queja, sino que construía.
Construía con el lustrabotas, con la empleada de servicios, con el vigilante o
con la cocinera del palacio. Y esto era lo más valioso, porque en medio de
todo, construir sobre las ruinas, es la tarea más difícil, y esto engrandecía
su labor.Pero construir en un mundo como el nuestro donde muchos
quieren destruir, no sólo es una tarea titánica, sino que puede ser un delito o
un pecado, donde se puede condenar la vida en un juicio absurdo, como tantos
miles de los que hay en Colombia.
Aún escucho su famoso discurso realizado en Cali a unos
estudiantes de comunicación social, aún veo el mico colgado de las letras de
ZOOCIEDAD, aún me deleito viendo lustrar zapatos a su personaje mueco y bien
peinado.
Jaime Garzón se alejaba en su carro. Enmudecido sólo atiné a
bajar el poste después de pasar el vehículo. Me quede lelo viendo como se
alejaba y se perdía en el horizonte. No iba a dormir esa noche y él lo sabía.
Pero su saludo es un saludo que aún recibo, y que habrán recibido miles de
colombianos, como un legado para seguir intentando construir en medio de las
ruinas.
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