Corazones desgarrados que enfrentan el destino
saltando dolores y angustias esquivando dolores
en busca de la dicha.
Corazones de sangre. Afligidos por la vida deseable.
Azotados por verdades vanas y amargas,
con las ganas de catar las verdades dulces.
Corazones rotos. Descosidos y cosidos por el tiempo.
Atormentados por las injusticias eternas.
Palpitando con las ganas de vivirlas más.
Corazones heridos por desafectos y engaños.
Afectos no sensatos. Afectos no conscientes.
Anhelando un utópico afecto sincero.
Pobres corazones miserables.
Escrito en 2008
martes, 31 de marzo de 2020
jueves, 26 de marzo de 2020
Encuentro (2002)
Una mañana cualquiera aquel hombre despertó sonriendo,
mirando el inmenso infinito con honda satisfacción.
Sabía lo que había vivido. Lo que había soñado.
Sabía que en realidad, su realidad ya no sería más aquel sueño.
Había llegado el momento: Su encuentro con ella.
La soñaba y soñaba desde hacía mucho tiempo.
Pensaba en unas rosas, algunos claveles o quizá un poema.
Una canción o alguna dedicatoria.
Quería demostrar su anhelo por encontrarla, por abrazarla, por besarla... por tenerla.
Su emoción le impedía alguna inspiración, algún aliento de poema.
Poco a poco se acercaba el momento.
Los latidos de su corazón se precipitaban incesantemente, hacia el abismo de la felicidad.
Sin mediar palabra, sin respiración alguna, la halló por fin,
igual de bella, igual de tierna, como la reina que había visto la última vez.
Se le acercó lentamente y sus pálidos labios se entreabrieron sin mediar palabra.
Sin suspiros y con la piel helada, por fin se unieron, para no separarse nunca más.
Fue en ese preciso instante, cuando llegaron dos hombres vestidos de blanco.
Presurosos intentaron devolver los latidos de su corazón. Fue en vano.
Ahí yacía el cuerpo, más no el alma, de aquel que había despertado
una mañana cualquiera, sonriendo, por haber hallado a su amada.
Escrito el 20 de marzo del 2002.
Retrato
respondería con amargos paraísos y dulces infiernos.
Con tristezas de afecto
y alegrías espontáneas que regala el tiempo.
Sí alguien preguntara por mi vida,
hablaría del polvo, del barro y el bahareque.
De las noches temerosas a oscuras,
del niño solitario, de la vida llena de amigos abstractos
y los dados por el destino... para siempre.
Sí alguien preguntara por mi vida,
hablaría de la vil muerte,
de lo duro que es vivir,
de las ganas infinitas por luchar... por no rendirse.
Sí alguien preguntara que sí existo,
hablaría de encías sin dientes,
de esas cuarto letras que tienen la palabra papá,
y del ímpetu por querer ver feliz al mundo e intentar que muchos hablen de sus vidas.
Tu partida (2003)
"El amor no es tan grande. El amor no es tan fuerte."
Me decía y me decía... y repetía sin cesar.
-Lo real es lo que cuenta, lo real es lo que vale.
Le contestaba con un triste sollozar.
"Y que decir de lo lindo. De lo hermoso que se escucha al pájaro cantar."
Insistía en hablar.
-Nada vale, no hay nada que sea tan suntuoso.
Seré como aquel pez que le han sacado de su mar.
Y me hablaba, y me oraba. Y también sollozaba.
Suspiraba y su mirada quería incitarme al consuelo.
El horizonte reflejaba la verdad que me azotaba,
la verdad que destruía, mi ilusión y mi anhelo.
Y la lluvia ahora arreciaba. Fuerte. Sin piedad.
Mi cuerpo se empapaba e impávido se quedaba.
Y con la lluvia y con el viento, con dirección al horizonte,
su vida y mi vida, su cuerpo y su todo, ahora se iban,
con otro ser entre su vientre, que de mis entrañas no provenía.
Poema escrito en el 2003
Me decía y me decía... y repetía sin cesar.
-Lo real es lo que cuenta, lo real es lo que vale.
Le contestaba con un triste sollozar.
"Y que decir de lo lindo. De lo hermoso que se escucha al pájaro cantar."
Insistía en hablar.
-Nada vale, no hay nada que sea tan suntuoso.
Seré como aquel pez que le han sacado de su mar.
Y me hablaba, y me oraba. Y también sollozaba.
Suspiraba y su mirada quería incitarme al consuelo.
El horizonte reflejaba la verdad que me azotaba,
la verdad que destruía, mi ilusión y mi anhelo.
Y la lluvia ahora arreciaba. Fuerte. Sin piedad.
Mi cuerpo se empapaba e impávido se quedaba.
Y con la lluvia y con el viento, con dirección al horizonte,
su vida y mi vida, su cuerpo y su todo, ahora se iban,
con otro ser entre su vientre, que de mis entrañas no provenía.
Poema escrito en el 2003
miércoles, 25 de marzo de 2020
El ahora (1993)
Y ahora sólo queda un triste sollozar.
Un mundo de silencio,
un espacio de pensar,
una lucha contra el viento.
Y ahora sólo vive
un recuerdo en el andar,
algo que por dentro se siente,
como eco retumbar.
Y ahora miro al cielo,
y prosigo con nostalgia,
pensando en aquel tiempo
y al pasado dando gracias.
Poema escrito en 1993
Mi corazón tuyo (1994)
Ven, acércate. Más, mucho más.
Tómalo. ¿Ves bien? Es mi corazón.
Es tuyo. Te has adueñado de él. Te pertenece.
Mantenlo con vida, mantenlo latente.
No lo hagas sufrir, no lo rechaces.
Dale vida, vida pura.
Dale amor, amor sincero.
No lo desprecies, no lo traiciones.
Brindale ternura, brindale cariño
y acomodalo al lado del tuyo,
por siempre, dentro de ti.
Poema escrito en 1994
Soberbia (2.000)
Sentía un calor que le subía a su cabeza, como fuego quemando su interior.
Sin tiempo para pensarlo, apretó sus dientes, empuñó sus manos y frunció su ceño.
Se abalanzó aparatosamente sobre él y empezó una ráfaga infinita de puños.
Uno a uno, el zurdo y el derecho, se desplazaban con torpeza y rapidez al frente, atropellando a su rival.
Su mente no servía. No funcionaba. No se conectaban sus neuronas. Sólo sentía el calor en su cabeza.
De repente, le costaba levantar los brazos. De repente, su respiración era más fuerte que empuñar sus manos.
Unas gotas brotaban de los poros de su espalda, bañando su camisa. Las otras caían de su frente como un manantial. Eran gotas transparentes, que de un momento a otro empezaron a teñirse de rojo.
Sin fuerza ya, pero aún con el fuego en su cabeza, veía como ese rojo intenso empezaba a empapar su cuerpo.
En vano trataba de tocarse. Se tanteaba su cuerpo, su espalda y su cabeza, tratando de entender que pasaba con ese líquido rojo y espeso que ahora lo mojaba casi por completo.
No iba a alcanzar a entenderlo. Su respiración perdió fuerza. Sus piernas no pudieron sostenerlo. Sus dientes no los apretaba. Ahora no había calor en su cabeza. Sus dedos desapretaban las palmas de las manos para siempre.
Cuento escrito el 6 de septiembre del año 2.000
lunes, 16 de marzo de 2020
El tiempo (2003)
Correteaba sudoroso por el pasillo de la casa.
Inventaba juegos con mis amigos imaginarios creando rostros de hombres en las trompas de los autos.
Me divertía descubriendo figuras moldeadas por las nubes, mientras viajaba tirado en la parte trasera de la volqueta de mi tío.
Dibujaba con plastilina aquellos mundos irreales y eternos que sólo caben en la memoria.
De repente llegó el tiempo y tocó mi puerta.
Escrito en el año 2003
Historia de una partida (1995).
La mañana era fría.
Su cuerpo parecía no sentir el aire helado que recubría cada paso de su andar.
El viento tenue, pero imponente, componía una melodía. Era una canción de nostalgia, de tristeza, de agonía. Mientras, acariciaba su rostro, con la delicadeza y la sensación que jamás un ser humano podrá lograr.
La mirada estaba firme: hacia adelante, al infinito que lo esperaba. De repente, cuál si fuese una constelación fugaz, aparecía un débil rocío. Poco a poco empezaba a ser bañado por un incesante llanto que provenía del cielo, mientras seguía su andar.
Inquieto el sentimiento, paró su caminar y daba vuelta atrás, con el ánimo de convencer a la razón de volver. Pero aquel viento, aquel frío, aquel rocío, habían hecho su trabajo, una media vuelta bastó para seguir su andar. Ya todo había sido, ya todo quedaría atrás.
Escrito en 1995
viernes, 13 de marzo de 2020
Él es Alex, mi hijo.
He recopilado imágenes y videos de mis tres hijos durante sus vidas.Él es Alex, el segundo al nacer, y estos, los momentos compartidos con él. Los otros, no quedaron en fotos o vídeos.
lunes, 9 de marzo de 2020
El sueño
Eran muchos pedazos de arcilla con trozos de tierra, hojas
y raíces tirados en el piso. En algún momento fueron materas colgadas,
aferradas a una pared que separaba una casa de la otra. Mientras caminaban, sus
pies evitaban pisarlos, como para no aumentar el daño que ya estaba hecho.
Era de noche. Felipe había llegado mucho antes, pero prefirió esperar afuera a su tía y a su papá. Le aterrorizaba la idea de entrar solo y encontrar algo peor de lo que vio desde la puerta, a la entrada. La casa había permanecido sola durante el día. Adentro los tres, con algo de miedo, detallaban cada parte, verificando que estuvieran las cosas más valiosas y que no hubiese ningún otro daño. No estaban dañadas las chapas de las puertas. No había huellas, ni evidencia alguna que demostrara el ingreso de una persona dentro de la casa.
Su tía pensó en los gatos, aquellos que merodeaban en los techos del barrio haciendo mucho ruido en las noches y corriendo las tejas con su algarabía acostumbrada. Su papá no decía nada. Sólo barría y recogía, al tiempo, los pedazos más grandes de tierra y arcilla. En silencio, Felipe, descartaba esa posibilidad. De una parte, consideraba que las materas estaban muy firmes sostenidas con el lazo a la pared; y por otro, no habría manera de que los gatos tumbaran cinco materas de forma consecutiva y con la fuerza suficiente para astillarlas en los muchos pedazos que fueron encontrando luego.
Habían pasado 15 años desde cuando la mamá de Felipe lo dejó ahí viviendo con su papá, su tía y su abuela, apenas cumplía 5 años. Fue un acuerdo de familia: su tía Luz había terminado la universidad, tenía tiempo y, sobre todo, amor para dedicarse a él. Los fines de semana y vacaciones los pasaría con su mamá. Mientras, tenía una casa grande donde jugar y donde aprender. A la derecha de la entrada había una sala enorme y detrás, en la misma línea, tres habitaciones, una cocina y por último el patio. A la izquierda, otra entrada que daba hacia un pasillo que pasaba por las entradas de cada habitación, la cocina y hasta el patio. Sobre el piso y frente a las alcobas había muchas plantas sembradas en macetas, otras colgaban de las materas fijadas en la pared. Su abuela dormía en la primera habitación, después de la sala. En seguida su tía Luz y la última la compartían su papá y él.
Las plantas eran la adoración de su abuela. Todas las mañanas se dedicaba a regarlas con agua, revolvía la tierra y limpiaba sus hojas. Les hablaba como si pudieran escucharla y sollozaba cada vez que alguna hoja se secaba o le caía algún parásito. Peleaba con los gatos que merodeaban los techos de las casas, cuando se metían y hacían sus necesidades en las materas o dañaban sus hojas. Había acostumbrado a todos a amar las plantas, a cuidarlas y a defenderlas; pero a Felipe no le gustaba ni siquiera regarlas, cuando su abuela se lo pedía.
Esa, era una noche domingo, el primero después de haber muerto su abuela de un infarto fulminante en el pasillo, mientras regaba sus plantas, justo al frente de la segunda habitación donde dormía su tía Luz. A partir de ese día, la tía Luz se trasladó a la primera habitación, aquella donde dormía la abuela, dejando la suya sin nadie que la ocupara.
Desde esa muerte, las noches no eran iguales para Felipe. Después de dormirse se veía caminando tras una sombra que arrastraba unas gruesas cadenas atadas a sus pies. El maullido de los gatos y el frío de del pasillo lo despertaban agitado con su pecho a punto de reventar. Con los ojos abiertos en la oscuridad se daba cuenta de que no había ni sombras, ni cadenas; ni escuchaba los sonidos de los gatos, y el frío permanecía calando sus huesos.
Una noche, antes de ese domingo, Felipe decidió dormir en la primera habitación con su tía; quería tener una noche diferente, conciliar el sueño y despertar tranquilo. Pero apareció la sombra. Esta vez, se le iba encima y le ataba las cadenas a su cuello, mientras lo colgaba en el pasillo al lado de las materas. Hacía mucho esfuerzo para poder respirar y mientras, los gatos maullaban en un coro estridente e infinito. De nuevo el frío, su pecho a punto de reventar y la arritmia lo levantaron de su cama. Su papá y su tía ya no estaban.
Después de recoger la arcilla, la tierra y las plantas todo estaba normal y se fueron a dormir. Esta vez, Felipe decidió quedarse de nuevo con su papá en la última habitación. En la primera iría su tía y la segunda seguiría desocupada. No podía alejar de su mente la imagen de las materas destrozadas en el pasillo.
A esa hora, la lluvia arreciaba y las goteras golpeaban con fuerza la puerta de la habitación. Tenía miedo de dormirse; sabía que no podría, sabía que sufriría. Al cerrar sus ojos, empezó a ver la sombra por el pasillo, acariciando las flores de las materas colgantes, mientras chirriaban las cadenas que arrastraba en el piso y los gatos empezaban a maullar. Felipe permanecía en pie, detrás; quería correr pero no tenía fuerzas para hacerlo. Un grito estruendoso desapareció todo y despertó. Con su papá salieron de la habitación y vieron a su tía Luz con la mirada fija en la cabeza ensangrentada de un gato negro colgando como si fuese una de las materas desaparecidas.
Ninguno entendía nada. Su papá hizo de nuevo la tarea de recoger y limpiar. La tía Luz volvió a la habitación de adelante y Felipe se quedó en la tercera habitación con su papá. Nadie quería dormir, y menos Felipe que no quería soñar.
La mañana estaba avanzada cuando Felipe despertó. Su papá ya no estaba y notó la cama sin tender. Era raro, porque era lo primero que hacía siempre al despertar. Sobre la mesa de noche, todas las cosas estaban intactas, tal como acostumbraba acomodarlas antes de dormir. Sin hacerse muchas preguntas sobre eso y con el afán del día se fue a duchar para ir a su trabajo.
Era noche cuando regresó Felipe, al entrar a la habitación donde dormía, observó que todo seguía igual: la cama desordenada y los objetos acomodados en la mesa de noche. Su tía estaba en la habitación de adelante, pero no había visto a su papá en el transcurso del día. Él acostumbraba a madrugar más de lo normal y había noches en que no llegaba a dormir. Sin embargo, adicional a sus pesadillas algo no dejaba a Felipe tranquilo.
Esa noche estaba silenciosa como nunca. Ya sobre su cama, lo que menos quería era dormir. No quería enfrentarse a la sombra, ni a las cadenas. No quería escuchar el estridente sonido del hierro arrastrándose por el piso, ni el fino maullido de decenas de gatos. Pensaba en su abuela y en el dolor que sentiría por lo sucedido con las plantas sembradas en las materas colgantes. Quería compensar el daño ofreciendo una misa en su nombre. La imagen de su abuela se desdibujaba a medida que el sueño le iba ganado la batalla.
Aparecía la sombra en el pasillo, empezaba su andar arrastrando las cadenas atadas a sus pies. El frío helado recorría su cuerpo. En medio de la oscuridad se asomaban algunos ojos brillantes de los felinos que iban acercándose para empezar sus cantos. Un leve susurro empezó a escucharse. Era la voz de su abuela, como si fuese la sombra que empezara a hablarle. No entendía, pero algo le obligaba a caminar, como sí el susurro lo manejara a control remoto.
El frío que calaba sus huesos lo despertó. La cobija y su cuerpo estaban helados. Sintió muchas ganas de ir al baño, y al bajar el pie para buscar a tientas algo para ponerse sintió un líquido espeso que los enfriaba aún más. Al prender la luz notó que un charco rojo se había colado debajo de la puerta. Se puso en pie y al abrir pudo ver una línea roja que llegaba por el pasillo desde adelante. Caminó al lado, pasó la habitación del medio y llegó hasta la puerta de la primera habitación. El hilo de sangre se adelgazaba mientras entraba hasta que lo vio desaparecer en una baldosa. Su tía Luz no estaba en la cama desordenada y se sentía el calor de alguien que hace poco estuvo acostado ahí.
El pánico se apoderó de Felipe. Miraba hacia todos lados y no hallaba a nadie. Notó sus manos con manchas de sangre mientras en vano corría por la sala y el pasillo buscando a su tía o a su papá. Una serie de destellos aparecían y desaparecían bruscamente en su cabeza: Su papá, su tía, su abuela. Una especie de torbellino que crecía y crecía sin parar hasta el infinito. Paredes con sangre, gatos muertos. La realidad se le perdía.
Tres días pasaron y Felipe no había salido de su casa. Estaba sentado en la segunda habitación, aquella donde dormía su tía antes de morir su abuela. Sus brazos abrazaban sus piernas mientras movía el cuerpo atrás y adelante, en un vaivén interminable. Sus ojos bien abiertos miraban algunos gatos muertos colgando en las paredes manchadas de sangre. Dos cadáveres yacían a su lado, con cadenas gruesas rodeando sus cuellos.
Era de noche. Felipe había llegado mucho antes, pero prefirió esperar afuera a su tía y a su papá. Le aterrorizaba la idea de entrar solo y encontrar algo peor de lo que vio desde la puerta, a la entrada. La casa había permanecido sola durante el día. Adentro los tres, con algo de miedo, detallaban cada parte, verificando que estuvieran las cosas más valiosas y que no hubiese ningún otro daño. No estaban dañadas las chapas de las puertas. No había huellas, ni evidencia alguna que demostrara el ingreso de una persona dentro de la casa.
Su tía pensó en los gatos, aquellos que merodeaban en los techos del barrio haciendo mucho ruido en las noches y corriendo las tejas con su algarabía acostumbrada. Su papá no decía nada. Sólo barría y recogía, al tiempo, los pedazos más grandes de tierra y arcilla. En silencio, Felipe, descartaba esa posibilidad. De una parte, consideraba que las materas estaban muy firmes sostenidas con el lazo a la pared; y por otro, no habría manera de que los gatos tumbaran cinco materas de forma consecutiva y con la fuerza suficiente para astillarlas en los muchos pedazos que fueron encontrando luego.
Habían pasado 15 años desde cuando la mamá de Felipe lo dejó ahí viviendo con su papá, su tía y su abuela, apenas cumplía 5 años. Fue un acuerdo de familia: su tía Luz había terminado la universidad, tenía tiempo y, sobre todo, amor para dedicarse a él. Los fines de semana y vacaciones los pasaría con su mamá. Mientras, tenía una casa grande donde jugar y donde aprender. A la derecha de la entrada había una sala enorme y detrás, en la misma línea, tres habitaciones, una cocina y por último el patio. A la izquierda, otra entrada que daba hacia un pasillo que pasaba por las entradas de cada habitación, la cocina y hasta el patio. Sobre el piso y frente a las alcobas había muchas plantas sembradas en macetas, otras colgaban de las materas fijadas en la pared. Su abuela dormía en la primera habitación, después de la sala. En seguida su tía Luz y la última la compartían su papá y él.
Las plantas eran la adoración de su abuela. Todas las mañanas se dedicaba a regarlas con agua, revolvía la tierra y limpiaba sus hojas. Les hablaba como si pudieran escucharla y sollozaba cada vez que alguna hoja se secaba o le caía algún parásito. Peleaba con los gatos que merodeaban los techos de las casas, cuando se metían y hacían sus necesidades en las materas o dañaban sus hojas. Había acostumbrado a todos a amar las plantas, a cuidarlas y a defenderlas; pero a Felipe no le gustaba ni siquiera regarlas, cuando su abuela se lo pedía.
Esa, era una noche domingo, el primero después de haber muerto su abuela de un infarto fulminante en el pasillo, mientras regaba sus plantas, justo al frente de la segunda habitación donde dormía su tía Luz. A partir de ese día, la tía Luz se trasladó a la primera habitación, aquella donde dormía la abuela, dejando la suya sin nadie que la ocupara.
Desde esa muerte, las noches no eran iguales para Felipe. Después de dormirse se veía caminando tras una sombra que arrastraba unas gruesas cadenas atadas a sus pies. El maullido de los gatos y el frío de del pasillo lo despertaban agitado con su pecho a punto de reventar. Con los ojos abiertos en la oscuridad se daba cuenta de que no había ni sombras, ni cadenas; ni escuchaba los sonidos de los gatos, y el frío permanecía calando sus huesos.
Una noche, antes de ese domingo, Felipe decidió dormir en la primera habitación con su tía; quería tener una noche diferente, conciliar el sueño y despertar tranquilo. Pero apareció la sombra. Esta vez, se le iba encima y le ataba las cadenas a su cuello, mientras lo colgaba en el pasillo al lado de las materas. Hacía mucho esfuerzo para poder respirar y mientras, los gatos maullaban en un coro estridente e infinito. De nuevo el frío, su pecho a punto de reventar y la arritmia lo levantaron de su cama. Su papá y su tía ya no estaban.
Después de recoger la arcilla, la tierra y las plantas todo estaba normal y se fueron a dormir. Esta vez, Felipe decidió quedarse de nuevo con su papá en la última habitación. En la primera iría su tía y la segunda seguiría desocupada. No podía alejar de su mente la imagen de las materas destrozadas en el pasillo.
A esa hora, la lluvia arreciaba y las goteras golpeaban con fuerza la puerta de la habitación. Tenía miedo de dormirse; sabía que no podría, sabía que sufriría. Al cerrar sus ojos, empezó a ver la sombra por el pasillo, acariciando las flores de las materas colgantes, mientras chirriaban las cadenas que arrastraba en el piso y los gatos empezaban a maullar. Felipe permanecía en pie, detrás; quería correr pero no tenía fuerzas para hacerlo. Un grito estruendoso desapareció todo y despertó. Con su papá salieron de la habitación y vieron a su tía Luz con la mirada fija en la cabeza ensangrentada de un gato negro colgando como si fuese una de las materas desaparecidas.
Ninguno entendía nada. Su papá hizo de nuevo la tarea de recoger y limpiar. La tía Luz volvió a la habitación de adelante y Felipe se quedó en la tercera habitación con su papá. Nadie quería dormir, y menos Felipe que no quería soñar.
La mañana estaba avanzada cuando Felipe despertó. Su papá ya no estaba y notó la cama sin tender. Era raro, porque era lo primero que hacía siempre al despertar. Sobre la mesa de noche, todas las cosas estaban intactas, tal como acostumbraba acomodarlas antes de dormir. Sin hacerse muchas preguntas sobre eso y con el afán del día se fue a duchar para ir a su trabajo.
Era noche cuando regresó Felipe, al entrar a la habitación donde dormía, observó que todo seguía igual: la cama desordenada y los objetos acomodados en la mesa de noche. Su tía estaba en la habitación de adelante, pero no había visto a su papá en el transcurso del día. Él acostumbraba a madrugar más de lo normal y había noches en que no llegaba a dormir. Sin embargo, adicional a sus pesadillas algo no dejaba a Felipe tranquilo.
Esa noche estaba silenciosa como nunca. Ya sobre su cama, lo que menos quería era dormir. No quería enfrentarse a la sombra, ni a las cadenas. No quería escuchar el estridente sonido del hierro arrastrándose por el piso, ni el fino maullido de decenas de gatos. Pensaba en su abuela y en el dolor que sentiría por lo sucedido con las plantas sembradas en las materas colgantes. Quería compensar el daño ofreciendo una misa en su nombre. La imagen de su abuela se desdibujaba a medida que el sueño le iba ganado la batalla.
Aparecía la sombra en el pasillo, empezaba su andar arrastrando las cadenas atadas a sus pies. El frío helado recorría su cuerpo. En medio de la oscuridad se asomaban algunos ojos brillantes de los felinos que iban acercándose para empezar sus cantos. Un leve susurro empezó a escucharse. Era la voz de su abuela, como si fuese la sombra que empezara a hablarle. No entendía, pero algo le obligaba a caminar, como sí el susurro lo manejara a control remoto.
El frío que calaba sus huesos lo despertó. La cobija y su cuerpo estaban helados. Sintió muchas ganas de ir al baño, y al bajar el pie para buscar a tientas algo para ponerse sintió un líquido espeso que los enfriaba aún más. Al prender la luz notó que un charco rojo se había colado debajo de la puerta. Se puso en pie y al abrir pudo ver una línea roja que llegaba por el pasillo desde adelante. Caminó al lado, pasó la habitación del medio y llegó hasta la puerta de la primera habitación. El hilo de sangre se adelgazaba mientras entraba hasta que lo vio desaparecer en una baldosa. Su tía Luz no estaba en la cama desordenada y se sentía el calor de alguien que hace poco estuvo acostado ahí.
El pánico se apoderó de Felipe. Miraba hacia todos lados y no hallaba a nadie. Notó sus manos con manchas de sangre mientras en vano corría por la sala y el pasillo buscando a su tía o a su papá. Una serie de destellos aparecían y desaparecían bruscamente en su cabeza: Su papá, su tía, su abuela. Una especie de torbellino que crecía y crecía sin parar hasta el infinito. Paredes con sangre, gatos muertos. La realidad se le perdía.
Tres días pasaron y Felipe no había salido de su casa. Estaba sentado en la segunda habitación, aquella donde dormía su tía antes de morir su abuela. Sus brazos abrazaban sus piernas mientras movía el cuerpo atrás y adelante, en un vaivén interminable. Sus ojos bien abiertos miraban algunos gatos muertos colgando en las paredes manchadas de sangre. Dos cadáveres yacían a su lado, con cadenas gruesas rodeando sus cuellos.
Yo, su abuela, lo veía despierto. Ahí, sin poder dormir
nunca más, en su sonambulismo ya eterno.
viernes, 6 de marzo de 2020
La vida es apenas un párpadeo, él es Jhoan
He recopilado imágenes y videos de mis tres hijos durante sus vidas.Él es Jhoan, el mayor, y estos, los momentos compartidos con él.
Él es Jhoan Sebastián, mi hijo
He recopilado imágenes y vídeos de mis tres hijos durante sus vidas.Él se Jhoan, el mayor, y estos, los momentos compartidos con él. Los otros, no quedaron en fotos o vídeos.
lunes, 2 de marzo de 2020
La verdad (1991)
Otra vez cae el manto negro de la noche. Así caen mis esperanzas... mis ilusiones.
Mi amor, cuan grande es lo que siento por ti. Tanto, que todas estas noches son tristes, porque no estás aquí.
La verdad es que te amo, como nunca amé a nadie y no tengo un instante en el que deje de pensar en ti.
La verdad es que sí tu no vienes, yo moriré de amor, mi alma se extraviará entre las demás y mi corazón no palpitará con alegría, como lo haría al verte a ti.
Desde la primer vez que te vi, cuál rosa con hermosos pétalos y aroma exquisito, quise tenerla para mi. pero fue un deseo y nada más. Una fantasía que sólo existió en mi alma, ahora triste y desolada.
La verdad es que sí tu no vienes, yo moriré aquí.
Escrito el 19 de febrero de 1991.
Anhelo. (1992)
Cual si fuera una semilla que anhela pronto ser fruto.
Como el río seco desea la lluvia para retomar su rumbo.
Así te anhelo mi amor, así te quiero.
No podrás nunca imaginar lo inmenso de este amor que siento por ti.
No podrás nunca imaginar las noches que no duermo, pensando en ti.
No estoy seguro sí la culpa fue aquella mirada, o aquella sonrisa.
Sólo espero que te fijes en mi y que entiendas que vivo por ti.
Besar tus labios... mi gran anhelo.
Escrito en 1992.
A mi tía Clara. In memoriam (1995)
No es una estrella cualquiera, la que se pierde en lo profundo del firmamento.
No ha sido cualquier brillo incandescente que se apaga de repente.
Tampoco fue aquel astros luminoso que posó en vida, simplemente para eso: vivir.
Fue mucho más.
Fue la esencia pura y emprendedora de la vida,
la que siempre luchó por que no se apagara nunca su luz,
la que quiso bañarnos con su exquisita sapiencia y sus interminables ideales.
ya su luz no volverá a brillar sobre la faz de la tierra, pero siempre seguirá iluminando los rincones más profundos de mi alma.
Escrito el 22 de marzo de 1995.
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Crónica radial: Los hombres que miran al piso.
Crónica que retrata la vida una persona que vive en la calle. A diario lucha por sobrevivir, mientras que un periodista aventurero quiere una entrevista para indagar acerca del hambre.
Recortes del documental La Ilusion. Momentos...
Trailer Documental La Ilusión
El tema de la desilusión escolar tiene su origen en una investigación desarrollada desde el campo de la sociología. Se trata de indagar aspectos del sistema educativo, haciendo énfasis en aquellos estudiantes que asisten a la institución, pero no les agrada la parte académica. Es lo que he llamado desilusión, otro tipo de deserción escolar, pues a pesar de que sus cuerpos están presentes, su mente vaga en busca de otras ilusiones.
Trailer Documental La marcha
El 6 de marzo de 2008 se llevo a cabo una marcha “En contra de los crímenes de Estado y los asesinatos de los paramilitares” convocada por el Movimiento nacional de las victimas de los crímenes de Estado. A esta marcha se unieron organizaciones sindicales, educativas, del sector de salud, desplazados, familiares de las victimas y grupos en defensa de los derechos humanos, entre muchos otros. Estas personas fueron asesinadas cuando buscaban reivindicar u organizar a sus comunidades con el fin de mejorar el acceso a las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). Reivindicaciones que pretendían cambiar las condiciones de vida de personas como Don Juan y Puener.
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Vídeo que muestra el dilema causado por los humanos, debido al atropello cometido con los demás seres vivos... Libres los matamos, presos los desesperamos, hasta la muerte...
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