Quiero seguir corriendo contigo en el bosque. Pintar de naranja el sol y juntos salvar el universo.
martes, 26 de octubre de 2021
Tía
Tenía 5 años, cuando ella me sentaba a las 3 de la tarde a leer el periódico, un libro de cuentos o las tiras cómicas de lunes a viernes. Me llevaba de la mano a su universidad, la que luego fue mía, y entendí que era la de todos los que no teníamos otra oportunidad: La Universidad del Valle.
La veía leyendo montañas de libros, calificando los exámenes de sus estudiantes y leyendo el diccionario cuando no entendía una palabra.
Jugábamos a apostar carreras y me compraba un suplemento alimenticio llamado Sustagen.
Cuando fui adolescente entramos a un gimnasio. Hasta el día en que sintió algo extraño en su seno izquierdo. Un médico le dijo que era algo benigno.
Después sufrió mucho y al final se fue muy rápido, cuando apenas entraba yo a la universidad.
Aún vive en mi, tía clara.
jueves, 14 de octubre de 2021
Luz Marina
Jugaba con su nombre: el mar, la luz, el marinero, la armada marina.
La que me agarraba de la mano cuando nos bajabamos del jepp para caminar entre matorrales hasta llegar a la casa hecha con esterilla y barro. Era todo un palacio para mi.
La que me llevaba a hacer la fila en la esquina de la casa y recoger agua para poder bañarnos y cocinar.
La que podía reírse con tanta fuerza, que su alegría se metía debajo de las puertas de los vecinos.
La que vendía Chance. La que tenía una tiendita y me daba el placer de comerme los chitos y quedarme con los muñequitos del chavo del 8 (aunque a escondidas).
La que me hacía verla, como el chavo del 8 veía a Florinda Mesa.
Ella es mi doña Florinda, mi doña luz marina, la que me dio la vida, la que hoy celebra su vida. La que aún me agarra de la mano, su espíritu me da mi luz y su amor es del tamaño del mar.
domingo, 23 de mayo de 2021
MANIFESTACIONES EN COLOMBIA 2021: LOS JÓVENES DE LA PRIMER LÍNEA.
FOTO: ALEX CAMACHO.
Una reflexión sobre sus mundos y sus ilusiones.
Las horas de un día, como todos los días, van lentas. Vislumbran la esperanza muy lejos al final del camino de las calles pedregosas en los sectores marginados. Temprano en las mañanas, algunos jóvenes aún van al colegio, con la ilusión de encontrar el refugio que les brinda el afecto que no encuentran en su casa, ni en su barrio, ni en ningún lado. Otros, casi a medio día, parados en algunas esquinas o en algún parque, escudriñan entre sus ilusiones cualquier motivo para sus vidas: El fútbol, las mujeres, los carros, motos… volverse famosos futbolistas o youtubers. Unos pocos empuñar un arma. En cualquier caso, llegar a tener maneras de abandonar ese mundo al que llegaron sin haberlo pedido.
Muchos años, infinitos días viendo llegar el sol acompañado de hambre, de la tristeza al ver a sus padres buscando con angustia algo para sobrevivir, del desaliento y no ir a la escuela cuando la noche lluviosa que traspasó los techos de sus casas, los mantuvo llenando baldes para sacar el agua. Mientras, las redes sociales pasan restregándoles todo lo que no tienen: Comidas exquisitas, paseos en las playas, carros de lujo, mansiones, vestidos y formas de vida a distancias infinitas de sus posibilidades de vida.
En su mundo sólo se reconocen entre sí. El único capital simbólico que tienen son ellos mismos. Algunas veces ni siquiera son reconocidos en su propio contexto familiar. Esos son retazos de sus mundos. El sociólogo Pierre Bourdieu los llama Campo social. Espacios sociales donde alguna ilusión aferra a las personas hacer parte de ellos. En esos lugares las ilusiones son difusas. El reconocimiento de sus vidas es imperceptible. Poco hay para que se aferren a algo. La desesperanza y el desconsuelo hacen parte de la tragedia de haber nacido en un pedazo del mundo que les otorga muy poco.
Son 11 años que les ofrece la escuela. Luego otros 2 en la institución técnica o 5 en la Universidad, claro, pública. Sí es que pueden pasar por el cuello de botella, ante la escasa posibilidad de ingresar, gracias a la poca oferta. Después contar con un golpe de suerte para ingresar al mercado laboral y así poder mejorar sus condiciones de vida. Comer, pagar la mensualidad, comprar un libro o sacar una fotocopia, hacen parte de todo lo tortuoso que es avanzar por ese camino. Pocas garantías de recorrerlo. El único que les ofrece el sistema. Legal y decente. Toda una odisea lograr terminarlo.
Un día todo fue peor. Llegó un virus al planeta y ya no podían salir a las esquinas o al parque. Único lugar donde apenas eran reconocidos. Los pocos que iban a la escuela a buscar algo de ese afecto ausente en sus vidas, se quedaron ahora sin ninguno. Los trabajos informales para conseguir la comida del día, se acabaron. Las pocas ilusiones dentro de sus contextos o campos sociales, se diluían con todo lo que pasaba mientras avanzaba la pandemia.
Días después el gobierno propuso una reforma económica que se proponía afectar la economía de muchos en el país. Así llegó la manifestación del 28 de abril de 2021. Desafiando una pandemia, exigiendo a un gobierno insensible frente a las necesidades del momento. Quizá muchos de ellos no se dieron cuenta. Quizá muchos no entendían que es una reforma tributaria. Lo que sí entendieron algunos es que ese día podían volver a salir, a buscar encontrar algo en medio de todo lo que ya no tienen.
Algunos de ellos están en las calles principales. Detrás de las barricadas construidas. Ahí encontraron la ilusión, en esos espacios públicos que ahora lo asumen como propios. Poco les puede importar las consecuencias de sus actos y lo que pueden o no perjudicar al resto del mundo. Tampoco necesariamente les importa las mesas de diálogos o representatividad de algún político o la institucionalidad. En cambio sí les importa tener sus comidas en el día. El abrigo de los otros para sentirse que existen. Es probable que el reconocimiento y el estatus adquirido gracias a quienes los admiran y los apoyan por sostenerse en la primera línea, sea ese capital simbólico que agarraron un día y que difícilmente lo van a querer soltar. El estatus que quizá nunca encontrarían en sus vidas.
Se debe entender que sus ilusiones y su capital simbólico, hoy están aferrados a la primera línea. La forma de actuar desde el gobierno territorial o nacional, respetando su integridad y sus vidas, es canjeando eso que tienen ahora, por algo que deberían tener en sus casas, en sus calles, en sus barrios. Es urgente que actúen allá: en las calles de los barrios marginados, donde la esperanza se ve a kilometros infinitos de sus vidas, en el infinito camino pedregoso, lugar donde la gran mayoría de los jóvenes nunca llegará.
Por Alexánder Camacho
lunes, 3 de mayo de 2021
Qué está pasando en Colombia?
miércoles, 27 de enero de 2021
Te acordás papá?
Te acordás cuando mi mano cabía en la tuya?
La cogías con fuerza mientras caminabas con tus pasos largos. La mía era pequeña, suave, limpia. Así como mi tía Clara me enseñaba tenerla.
La tuya era tosca, áspera y sucia. La fuerza con que empujabas la pala para sacar kilos de arena y tirarla encima de una volqueta, había moldeado tus palmas. No tenías otra manera de poder conseguir dinero. Así podías comprar mis cuadernos y pagar con mucho esfuerzo mis estudios de primaria y secundaria.
Era también la manera de poder subirme a un bus llamado Blanco y Negro ruta 2 para llevarme a la tribuna norte del estadio y ver jugar al Pibe Valderrama y a Bernardo Redín con el Deportivo Cali.
Te acordás de aquella habitación con paredes blancas hechas de bahareque, forradas con barro y boñiga seco?
Por los rotos del cielo falso se alcanzaban a ver las tablillas del bahareque. Los pedazos de boñiga y barro seco se desprendían de él, cuando las lluvias arreciaban y vencían las tejas de barro, haciendo que lloviera dentro.
Tu cama ancha con uno que otro resorte del colchón queriendo salirse del forro. La mía angosta con uno maltrecho, pero suficiente para poder dormir.
El armario de madera donde cabía tu ropa y la mía. Y el cajón rústico hecho con tablas, donde tenías tus libros, un tesoro de revistas y objetos con los que me entretenía horas eternas aún siendo niño. La colección de palitos de revolver tragos en las discotecas que un día te rayé, poniendo ojos y bocas a cada uno con lapicero.
Cuántas tardes de domingo, viéndote ahí con el radio del tamaño de un ladrillo, escuchando los partidos del Deportivo Cali. Todo lo pintabas de verde y en la pared un afiche con los jugadores formados tenía un letrero en la parte de abajo que decía: SUBCAMPEÓN DE COPA LIBERTADORES 1978.
Te acordás cuando una lágrima tuya salió para dejarse ver de mi?
Me estabas abrazando como pocas veces lo hacías, mientras decías al oído: Pídale al alma de su abuelita que me ayude a protegerlo y a que salga adelante. Pocos años después te vería igual, despidiendo a mi tía Clara, tu hermana con la que viviste casi toda tu vida, la mujer que fue como otra mamá para mi.
Solos, muchos años viviendo de los recuerdos de mi tía acabando con cuanto libro se le atravesara y de mi abuela con su máquina de coser vistiéndonos a todos. La cal de las paredes se caía, el techo se desmoronaba. Solos refugiados en la única parte de la casa que tenía ladrillo. La casa que nos quedaba grande.
Te acordás el día en que tuviste un nieto?
Tu rostro cambió. Ahora pocas veces tenías el ceño fruncido. Reías más seguido y todos los días llegabas a verlo. Tu carácter fuerte era frágil cuando estabas con él: se paraba en tu cabeza, saltaba en tu panza y te ordenaba que lo llevaras al parque cuando te veía. Todo lo hacías para hacerlo feliz. Luego vino el otro y el tercero. No fuiste diferente con ninguno. Todo lo que pude ver de ti en amor, estaba ahí. Siempre que podíamos veíamos el año nuevo llegar juntos. Ahora éramos 5. Ellos crecían, mientras los llevabas en la aventura de tu bicicleta.
Ahora permaneces, el papito incondicional.