Este reportaje lo realicé hace algunos años, cuando era estudiante de comunicación. ahí les comparto.
Una canción de
Rocío Durcal alcanzaba a escucharse desde la calle, mientras el taxi se
estacionaba. El vestido impedía a Saís bajarse con algo de comodidad, pues le
apretaba desde la cintura hasta la parte media de las piernas; de ahí en
adelante se anchaba y el largo llegaba hasta los tobillos, justo donde una
ligera correa apretaba los zapatos de altos tacones.
“Ay, déme la mano
por favor”, suplicaba estirando su brazo a Edgar, quien se había bajado
segundos antes. Por la otra puerta, Alexa se bajaba mucho más rápido: unos
jeans semiajustados hasta un poco más debajo de las rodillas y una blusa sin
mangas, le permitía maniobrar con mayor facilidad, a pesar de la considerable
altura de los tacones de sus zapatos.
Unos
Dientes Muy Blancos.
La calle estaba
bien iluminada y contrastaba con la oscuridad que emergía desde el interior de
una puerta pequeña que se hallaba completamente abierta. En la entrada estaban
dos hombres altos y corpulentos vestidos de negro, quienes, además de cobrar,
registraban a las personas que quisieran ingresar. Aunque la apariencia de
aquellos guardianes atemorizaba, uno de ellos sonreía con mucha confianza y de
repente daba un efusivo saludo a Alexa. Era de piel negra y tenía menos de un
centímetro de pelo apretado en su cabeza, su nariz era chata y tenía labios
gruesos. Una ligera barba quería invadir parte de su rostro y los tonos oscuros
contrastaban conlos dientes, muy cercanos al color blanco. Esta blancura se
debía en parte a que días antes había visitado el consultorio dental,
recibiendo el último tratamiento después de varias sesiones.
“Espero que
sigas cuidando tus dientes. Dentro de seis meses pides cita”, le decía Alexa, previo
a una amable despedida.
Hacía dos años
trabajaba en la Clínica Santiago de Cali, y su estabilidad laboral satisfacía
las expectativas económicas.Se entregaba a su labor de odontólogay ese
desempeño la había consolidado en el puesto. El lado gris de su trabajo estaba
enlos conflictos que a diario afrontaba con los compañeros.
“Allá
(refiriéndose al lugar de trabajo), me tienen mucha envidia. Ese es el problema
de nosotras las mujeres. Siempre andamos pendiente de lo que no nos compete.
Pero yo no me la dejo montar”. No se
dejaría en ningún caso, y eso era una de las causas de la antipatía que
reflejaba en el trabajo. Sólo se llevaba bien con Claudia, aunque no eran muy
estrechas las relaciones de confianza.
La
ilusión de lo que pudo haber sido.
Al entrar, se
topaban con unas escaleras circulares que conducían a una especie de sótano. A
medida que bajaban cuidadosamente los escalones, el sonido de la música se
intensificaba, al tiempo que se percibían algunos destellos de luces que
provenían de abajo. Ello generaba ansiedad y justo antes de llegar a la última
curva, sonó el celular de Alexa, era su madre, doña Flor, quien la llamaba para
preguntar por unas pastas.
“Ay mami, las
deje en la mesa de los libros, la café”. Respondía con algo de rabia ante la
inoportuna llamada de su madre.
La señora Flor
tenía aproximadamente unos 60 años y su excesiva masa corporal, era la causa de
algunos problemas de salud. Dependía de la pensión militar que había dejado su
difunto esposo hace 21 años.Pero más que eso, dependía de Alexa, pues su
segundo hijo, ya había hecho vida aparte y su hija menor se había ido de la
casa hacía tres años. Alexa, la mayor, era entonces “la jefe” del hogar, la que
cuida de su madre. En muchas ocasiones recibía inoportunamente llamadas de su
madre, y esto le molestaba cada vez que sucedía.
Siempre fue
privilegiada en su familia, fortuna ganada por representar la primera persona
en ser nieta, sobrina e hija a la vez. “Desde
la barriga sabía que era mujer.Me decían que las niñas eran mas perezosas y que
se movían a partir de los seis meses, si se movía antes era niño”, contaba doña
Flor. Trajecitos, cobijitas de lana, muñecas y varios ajuares color rosa
adornaban la habitación de la nena próxima a llegar a éste mundo. La señora Flor
y su familia, no tenían duda del género y esperaban con emoción la llegada de
aquel nuevo ser.
Todo marcharía
normalmente sino fuera por que la personita que llegó al mundo era
fisiológicamente un niño. Pero, tal como lo dice La señora Flor, “siempre supe
que era mujer. Cuando tenía un añito, lloraba por que no le ponía el vestido de
una amiguita. Una vez se lo puse y se puso a llorar todo el día... Cuando
estaba en tercero de primaria, todos los niños se tomaron una foto y él se
diferencio por el sentado. Se sentó así” (representaba una posición donde ambas
piernas están juntas semi-estiradas, hacia el lado izquierdo, mientras su mano
derecha se apoya en el piso. Tal como una
sirena.).
Aunque toda la
familia daba por hecho que Alex era homosexual (delatado por sus gestos,
movimiento, gustos y voz), Alexa sólo era visible para su madre, que había
dejado atrás todos los prejuicios y discriminaciones que la sociedad impone
culturalmente a quienes tienen ésta condición.
Alex no sería la excepción, y su etapa de
desarrollo la afrontó con muchas dificultades: “Yo sentía desde siempre mis
actitudes femeninas, pero me sentía muy mal con mi papá y mi familia.”
Disimulaba el caminado, engrosaba la voz y fingía actitudes varoniles,
queriendo agradar a su familia, pero sobre todo a su padre, con quien sentía
una vergüenza indescriptible. “El papá, si la tuvo con Psicólogo y se
preocupaba mucho. Yo si lo acepté…” admitía con serenidad doña Flor.
Pero esto no era
lo único que lo atormentaba, pues sufría las consecuencias de una sociedad que
ha heredado los mandatos de una absurda moral religiosa, y ha impuesto durante
siglos unos preceptos discriminatorios coartando la libertad del ser. Insultos,
burlas y atropellos se topaban con Alex muy a menudo. “evitaba salir, prefería
estar encerrado antes de que atormentaran en la calle”. Un delincuente sufriría
igual, temería igual.
Su madre también
sufría, “… Me dolía mucho, por que en ese tiempo atacaban muchos a los
homosexuales”. Fruncía el ceño y deseaba hallar a aquellas personas que alguna
vez ofendieron a su hijo. Seguía contando las dificultades que generaba el
hecho de ser homosexual, en plena infancia de su hijo, “Había un periódico que
se llamaba Vea, que es así como el Q´Hubo, Allí a cada nada salía noticias de
que habían matado un travesti, o una
peluquera… los mataban a piedra o los torturaban… eso antes era horrible”. Siempre
asimiló la condición de su hijo, y ahora es la única en la familia quién guarda
con sigilo su secreto.
“El
Tiqui tiqui, es para amenizar esto”
Al girar, luces
de colores encandelillan la vista y decenas de personas se encuentran sentadas,
concentradas en lo que sucede en la pista de aquel sitio.Era el momento del
Show. Una nueva balada reemplazaba a la de Rocío Durcal. Alguien se hallaba en
la pista representando la canción que sonaba. Un cabello rojizo y largo hasta
la cintura; un maquillaje extravagante
que levanta las cejas y magnifica los ojos; un vestido ceñido que brilla con el
reflejo de la luz y unos zapatos de tacón alto, hacen parte del vestuario de
aquel hombre que goza ser mujer, en un lugar donde nadie cuestiona (al
contrario disfruta) su condición.
Tres horas antes
Alexa era Alex. Alex tiene 29 años. Es de estatura media, blanco y su escaso
cabello es de color negro. Su cuerpo delgado favorece los vestuarios que luce y
sus facciones de hombre delicado le ayudan a consolidarse como una mujer
hermosa. Había llegado como todos los fines de semana –previo a la rumba- a la
casa de Saís. Llegaba con un maletín que contiene normalmente dos trajes,
maquillaje, zapatos de tacón alto y dos pelucas.
“Me da pena
maquillarme en mi casa, delante de mi mamá… Además puede llegar alguno de mis
hermanos a un amigo o alguien de la familia. No!, no me imagino”. Pero sí se lo
imaginaba. Tenía miedo, el miedo al rechazo, a la injuria. Los problemas del trabajo
eran suficientes, y su familia era una especie de resguardo que habría que
cuidar. No quería perder su refugio.Era precisamente por ello que siempre se
vestía de Alexa en un lugar diferente a su casa.
Otros amigos
también llegan al mismo lugar y se reúnen hasta tres o cuatro para acompañarse
en el proceso de maquillaje.
Base, Polvos,
labiales, pestañas y uñas postizas, lápiz de ojos, pelucas, tacones, fajas,
vestidos, pulserasy escarcha, son apenas algunos elementos que ayudan al
proceso de transformación.
Casi tres horas
(tiempo en que dura el proceso) se acompañan de charlas, burlas, anécdotas, y
el infaltable “Tiqui Tiqui”, que es
simplemente beber aguardiente durante éste proceso.
“El
Tiqui Tiqui es para amenizar esto. Siempre tenemos que empezar con el Tiqui Tiqui, así nos prendemos y
llegamos bien rico a la discoteca”. Dice “La Bailarica”, mientras una espuma
café se esparcía sobre su rostrouna crema del mismo tono.Es que es mucho tiempo
dedicado a la transformación, como para evitar amenizarla.
La
Procesión tiene un descanso.
Cuando el Show
acaba, la música invita a la pista. La gente se vuelca en desbandada a bailar,
sin importar si el género, raza o edad de la pareja. Luces que van y vienen,
licor, cigarrillos y quizá droga, se dispersan con un ímpetu parecidoal agua cuando
ha vencido la resistencia del dique.
“La procesión se
lleva por dentro”, decía Edgar, minutos antes dentro del taxi, hablando de su
experiencia de vida, quizá de muchos, quizás de todos… Pero el vía crucis se
interrumpe, la cruz se deja en el piso por un instante. Quizá sean momentos de
descontrol, acciones desmesuradas donde los moralismos atacan con juicios. Pero
ante un mundo que aún reprime, que aún juzga y discrimina a los homosexuales, la
discoteca (con todos sus componentes, incluyendo el Show) es el paraíso, el
descanso, donde la emancipación se materializa, cobra vida. La procesión tiene
un descanso.
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