Niños y mujeres víctimas de violación y
asesinato, campesinos torturados y enterrados en fosas comunes, cadáveres
desmembrados, cuyas cabezas sirven como balones de fútbol… Están son historias
que no hacen parte de un guión cinematográfico de una película de horror. Tampoco
son cuentos de espionaje de Arthur Conan Doyle o Allan Poe. Son historias reales, con las que
desafortunadamente hemos aprendido a vivir los colombianos.
Y es que cada día aparecen casos cada vez más
escalofriantes, más cerca de la ficción. El caso de Rosa Elvira es apenas uno
de ellos: Violada, golpeada y hasta torturada con una rama que fue introducida
por el ano.
Buscar las causas de estas acciones es un poco
complicado. Una explicación común se limitará a deducir que la mayoría de los
actos son consecuencia de un efecto de las drogas. Otros se remitirán a la
psicología, a los actos individuales referidos a desviaciones mentales que
hacen parte de una experiencia vivida de manera particular. Casi siempre, se
habla de situaciones vividas en la niñez, hechos que marcaron una actitud o un
comportamiento que va más allá de las
conductas normales.
También hay explicaciones del contexto social,
como referente que determina las conductas individuales. Así por ejemplo, En
sociedades donde el fundamentalismo religioso hace parte de la cotidianidad de
la población, es muy común encontrar jóvenes suicidas que como bombas humanas
asesinan a muchas personas. De esta manera la sociedad influye y/o determina
acciones individuales. Así lo determina la sociología.
Es probable que mi formación me lleve a
apoyarme más en la segunda idea. Pero
¿qué encontraríamos en nuestra Colombia para explicar dichos actos
individuales? La respuesta parecería sencilla.
A pesar de que no tenemos una sociedad
fundamentalista o radical, hay un denominador común en un gran porcentaje de
los colombianos: La marginalidad social y económica. Y es que la insatisfacción
de las necesidades básicas, pueden generar desviación de conductas
individuales. El vivir con el hambre buscando a diario como soportar la vida, en
casas con techos de lata y cartón, sin medicamentos ni atención oportuna y
adecuada ante una enfermedad, sin ir a la escuela y sin poder disfrutar de
momentos de recreación, es lo que viven a diario muchos colombianos ¿se podría
generar un ambiente de paz y comportamientos acordes al respeto por uno mismo y
por los demás?
No estoy tratando de victimizar al asesino,
pues del contexto social que acabo de mencionar, la gran mayoría son seres
humanos valiosos, que a pesar de las imposibilidades de tener una vida
mínimamente digna, merecen ser respetados y admirados por luchar día a día de
manera sana y con actitudes tan éticas, que podrían ser ejemplo para aquellos
que materialmente lo tienen todo. Encontraríamos muchas historias ejemplares.
Lo que trato es de vincular al Estado en una
especie de co-autoría de la violencia y de toda esta especie de crímenes. Muy fácil es para el gobierno salir a declarar
y deplorar estos tipos de actos, cuando por un lado no es capaz de satisfacer
de los servicios básicos a la gran mayoría de la población y por otro tiene un
sistema judicial permisivo, como en el caso del Xavier Ivan Pineda, quién
arrojo a su esposa Johana Samacá del cuarto piso, dejándola en estado vegetal y
donde recibirá apenas un castigo de 8 años de cárcel.
No queremos más Rosas lastimadas, no queremos
más niños maltratados. Pero tampoco queremos un estado que permite a sus altos
funcionarios desangrar los recursos de la salud, un estado que aumenta las
balas para una guerra infinita, en vez
de llenar de libros la mente de los niños campesinos. No queremos un estado que
recrea a los niños, limpiando los
parabrisas en el semáforo.
Importante fue salir a marchar y protestar en
contra de la violencia a la mujer, el maltrato a los niños, las víctimas del conflicto armado y hasta por
los secuestrados. Pero además, es importante participar activamente en la
construcción de nuestro mundo y el de los demás. Cuando elegimos un gobernante,
cuando decidimos denunciar una irregularidad, cuando no tiramos el papel en el
piso, cuando respetamos al otro de manera física y verbal o cuando nos
comportemos poniéndonos en el lugar del otro, estamos participando, ayudando a
poner un ladrillo en el mundo que merecemos.
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