FOTO: ALEX CAMACHO.
Una reflexión sobre sus mundos y sus ilusiones.
Las horas de un día, como todos los días, van lentas. Vislumbran la esperanza muy lejos al final del camino de las calles pedregosas en los sectores marginados. Temprano en las mañanas, algunos jóvenes aún van al colegio, con la ilusión de encontrar el refugio que les brinda el afecto que no encuentran en su casa, ni en su barrio, ni en ningún lado. Otros, casi a medio día, parados en algunas esquinas o en algún parque, escudriñan entre sus ilusiones cualquier motivo para sus vidas: El fútbol, las mujeres, los carros, motos… volverse famosos futbolistas o youtubers. Unos pocos empuñar un arma. En cualquier caso, llegar a tener maneras de abandonar ese mundo al que llegaron sin haberlo pedido.
Muchos años, infinitos días viendo llegar el sol acompañado de hambre, de la tristeza al ver a sus padres buscando con angustia algo para sobrevivir, del desaliento y no ir a la escuela cuando la noche lluviosa que traspasó los techos de sus casas, los mantuvo llenando baldes para sacar el agua. Mientras, las redes sociales pasan restregándoles todo lo que no tienen: Comidas exquisitas, paseos en las playas, carros de lujo, mansiones, vestidos y formas de vida a distancias infinitas de sus posibilidades de vida.
En su mundo sólo se reconocen entre sí. El único capital simbólico que tienen son ellos mismos. Algunas veces ni siquiera son reconocidos en su propio contexto familiar. Esos son retazos de sus mundos. El sociólogo Pierre Bourdieu los llama Campo social. Espacios sociales donde alguna ilusión aferra a las personas hacer parte de ellos. En esos lugares las ilusiones son difusas. El reconocimiento de sus vidas es imperceptible. Poco hay para que se aferren a algo. La desesperanza y el desconsuelo hacen parte de la tragedia de haber nacido en un pedazo del mundo que les otorga muy poco.
Son 11 años que les ofrece la escuela. Luego otros 2 en la institución técnica o 5 en la Universidad, claro, pública. Sí es que pueden pasar por el cuello de botella, ante la escasa posibilidad de ingresar, gracias a la poca oferta. Después contar con un golpe de suerte para ingresar al mercado laboral y así poder mejorar sus condiciones de vida. Comer, pagar la mensualidad, comprar un libro o sacar una fotocopia, hacen parte de todo lo tortuoso que es avanzar por ese camino. Pocas garantías de recorrerlo. El único que les ofrece el sistema. Legal y decente. Toda una odisea lograr terminarlo.
Un día todo fue peor. Llegó un virus al planeta y ya no podían salir a las esquinas o al parque. Único lugar donde apenas eran reconocidos. Los pocos que iban a la escuela a buscar algo de ese afecto ausente en sus vidas, se quedaron ahora sin ninguno. Los trabajos informales para conseguir la comida del día, se acabaron. Las pocas ilusiones dentro de sus contextos o campos sociales, se diluían con todo lo que pasaba mientras avanzaba la pandemia.
Días después el gobierno propuso una reforma económica que se proponía afectar la economía de muchos en el país. Así llegó la manifestación del 28 de abril de 2021. Desafiando una pandemia, exigiendo a un gobierno insensible frente a las necesidades del momento. Quizá muchos de ellos no se dieron cuenta. Quizá muchos no entendían que es una reforma tributaria. Lo que sí entendieron algunos es que ese día podían volver a salir, a buscar encontrar algo en medio de todo lo que ya no tienen.
Algunos de ellos están en las calles principales. Detrás de las barricadas construidas. Ahí encontraron la ilusión, en esos espacios públicos que ahora lo asumen como propios. Poco les puede importar las consecuencias de sus actos y lo que pueden o no perjudicar al resto del mundo. Tampoco necesariamente les importa las mesas de diálogos o representatividad de algún político o la institucionalidad. En cambio sí les importa tener sus comidas en el día. El abrigo de los otros para sentirse que existen. Es probable que el reconocimiento y el estatus adquirido gracias a quienes los admiran y los apoyan por sostenerse en la primera línea, sea ese capital simbólico que agarraron un día y que difícilmente lo van a querer soltar. El estatus que quizá nunca encontrarían en sus vidas.
Se debe entender que sus ilusiones y su capital simbólico, hoy están aferrados a la primera línea. La forma de actuar desde el gobierno territorial o nacional, respetando su integridad y sus vidas, es canjeando eso que tienen ahora, por algo que deberían tener en sus casas, en sus calles, en sus barrios. Es urgente que actúen allá: en las calles de los barrios marginados, donde la esperanza se ve a kilometros infinitos de sus vidas, en el infinito camino pedregoso, lugar donde la gran mayoría de los jóvenes nunca llegará.
Por Alexánder Camacho