Celebración del fin del ébola en Freetown, el pasado 7 de noviembre de 2016. NICK OWENMSF
Se viene otro fin de semana y muchos en Cali estamos atentos
al cumplimiento de las medidas para evitar la propagación del COVID-19. Hay
quienes de manera individual o colectiva vienen incumpliendo las normas,
poniendo en riesgo las vidas de todos: los que acatamos y los que no. Sin
embargo, es importante entender que hay comportamientos sociales (colectivos) que
deben ser intervenidos no sólo a partir del establecimiento de leyes y acciones
coercitivas.
Es muy fácil caer en pre-juicios y lugares comunes,
especialmente con la gente que participa de las ¨rumbas¨ y particularmente en el
Distrito de Aguablanca, cuando la norma lo impide. Claro, entramos en pánico y
crece la angustia por los riesgos de la propagación y las consecuencias
trágicas que ello trae. Pero es importante entrar a comprender y reflexionar en
torno a las condiciones sociales y culturales que los propician. Cuando afectan
la salud pública, como es del caso actual, hace parte de uno de muchos otros
determinantes sociales.
El baile o la rumba, la murga o la bulla, las aglomeraciones
entre familia y amigos, ambientadas por la música, hacen parte de esos
elementos culturales arraigados históricamente a determinadas comunidades que generan
comportamientos sociales de esa naturaleza. Hacen parte de la vida de las
personas, como un elemento esencial, tal como si se tratara de una necesidad
básica del primer nivel, como comer. Una norma que impida esos comportamientos,
puede ser una afrenta contra las condiciones de vida en determinados grupos
sociales.
Es necesario entonces acompañar las intervenciones
policiales con trabajo social y especialistas en pedagogía. Hay referencias del
éxito en Nueva Guínea y Sierra Leona, cuando el virus del Ébola fue controlado
en el año 2016, gracias a la intervención de Antropólogos que lograron reconocer
las condiciones culturales y luego intervenir metódicamente para evitar que se
continuara expandiendo la enfermedad. Los intentos anteriores se limitaban a una
lluvia de mensajes para que la gente no comiera murciélagos, huésped del virus.
Habían sido insuficientes ante una comunidad que se alimentaba de ellos, sin considerar
los riesgos para la transmisión y luego la propagación.
A pesar de las diferencias entre el tipo de virus y las
condiciones sociales, culturales y económicas que hay en el ejemplo, considero
importante el elemento de acompañar la intervención legal con la social. No es
tan sencillo como echar culpas y juzgar a las personas como irresponsables. Por
supuesto que es necesaria la coerción y las medidas legales. Las necesitamos y
aplacan las acciones individuales. Pero ante comportamientos colectivos, es
también necesario entender esas estructuras culturales y variar en el tipo de
intervención para obtener resultados diferentes. Es uno de los muchos retos que
debe tener ahora la gestión desde lo público en los entes territoriales y
departamentales.
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