El mundo cambia y no para de hacerlo. Esto se
supone, debería ser la consideración principal de los 7.000 millones de seres
humanos que existimos en el planeta. A lo largo de la historia de la humanidad
han sido distintas las formas en que nos relacionamos con los otros, no solo en
los códigos de comunicación establecidos en cada época, sino también en las
formas de gobierno, formas de vestirnos, formas de ver el mundo, formas de
vivirlo, etc.
Incluso hoy, en la línea del tiempo que vivimos, podemos ver todas esas distintas formas en cada contexto
cultural, con sus propios códigos y sus propias representaciones. Por ejemplo, en este momento se
hablan aproximadamente 5.000 idiomas y dialectos. De manera simple y casi
inherente a nuestra condición de humano, sabemos y reconocemos esa diferencia,
entendiendo que existen regiones geográficas donde somos incapaces e reconocer esos
códigos de comunicación.
Lo anterior es el ejemplo más simple de reconocer
la diversidad que existe entre los seres humanos: entendemos que no podemos
entender a todo el mundo. Este sencillo
ejemplo nos debería llevar a entender las otras diferencias: el que
seamos negros, indios, blancos amarillos, altos o chiquitos, con diferentes
maneras de pensar, de creer y de entender el mundo, debería ser la manera más sencilla.
Pero no es así. Lo triste no es que queramos
entender que existe otro diferente. Lo triste es que a ese otro diferente lo
discriminamos, lo juzgamos, lo condenamos y lo peor: lo matamos. Uno de los miles de ejemplos, se da en las personas homosexuales.
En Colombia está en vilo la adopción de una ley
que permita a las parejas homosexuales adoptar niños. Esto instauraría un
modelo nuevo del concepto de familia en el siglo XXI (que ya existe en otros países). Muchos sectores prenden
alarmas y consideran un despropósito dicha propuesta. Otros la aplauden y le dan
la bienvenida al mundo cambiante. Yo también aplaudo. Sin temores. Sin
sorpresa...
Y es que el mundo es tan cambiante, que al leer
la historia vemos que en la antigua Grecia, por ejemplo, la condición
homosexual era lo normal, lo ordinario. La mujer no tenía la condición de
ciudadana, solo estaba destinada a parir y a las labores del hogar. La relación
heterosexual se veía con cierto desprecio. Esto lo asoma Platón en sus
diálogos, cuando describe una situación erótica con su maestro y amado
Sócrates. Esa era la familia para el mundo occidental que heredamos, sin tener en cuenta las representaciones en las comunidades tribales de África, Asia y las que existían en el América
desconocido hasta ese entonces.
En nuestro mundo, sólo en la edad media, con el
cristianismo se reconfiguran dichas representaciones y se establece el significado
de familia que hasta principios del siglo XX vivimos. Hablando sólo del mundo occidental. Hasta que el nuevo rol de la mujer y su entrada al mundo de lo
público empieza a modificar de nuevo el concepto de familia. Todo esto lo expongo sin elaborar ningún juicio, simplemente pretendo que entienda la premisa del mundo cambiante.
Ahora y depués de que la línea del tiempo nos
enseña como las representaciones y el modo en que sentimos al mundo, con las
distintas culturas y aquello que referenciá al principio, no es igual, la historia da la
vuelta.
Por eso aplaudo, sin temores. Yo respeto la condición e inclinación sexual. Por que la garantía de actuar respetando al otro, no la da ni la condición sexual, ni la raza, ni la nacionalidad, ni la creencia, por ejemplo. La garantía del respeto hacia el otro, la da aquello que se aloje en el corazón de cada ser humano. Por que al final, entender es simple, y en lo que debemos de prender alarmas es
en respetar los cambios y las diferencias, pues al final todos los seres
humanos, esos 7.000 millones tenemos algo en común, la misma esencia, sin
importar cuan diferentes somos: Vívimos y somos capaces de dar amor.
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