“porque no alzas tu voz, Agúzate",
Decía en un muro de ladrillos de una de las calles por las que se entra al Distrito de Aguablanca. Mientras entraba, mi mente se sumía en los laberintos del recuerdo, que aguzaban tantos momentos de tantas mañanas coloridas del amarillo polvoriento que se colaba por las rendijas de la puerta de madera donde viví con mi madre.
Al llegar a sus entrañas, vi que estaba el mismo caño, con más cemento. Extrañé de inmediato el coro desafinado de muchas ranitas que orquestaban alegremente la bienvenida cuando llegaba a mis calles. Seguía vagando en el tiempo y veía a aquella tarde en la que jugaba con renacuajos y los guardaba en un tarrito pequeño. Fue uno de esos días en que desperté y vi mis chanclas flotando, lejos de donde las había dejado.
Ya no estaban los matorrales por donde correteaba persiguiendo a mis amigos para pegarles la “lleva“, en su lugar habían muchas casas, nuevas casas, hechas esta vez con más cemento que con barro y madera. Pero las personas eran casi exactas: las mismas miradas de esperanza, las voces de aliento y vigor, y aquellas sonrisas que ennoblecen espíritus.
Mis amigos, los niños del pasado parecían haberse congelado en el tiempo: Unos correteaban descalzos tras una pelota plástica, mientras que otros jugaban con cualquier cosa que convertían en juguete. Ilusiones eternas que juguetean sin parar. Pero ahora eran niños grandes, luchando en el día para conseguir mantener bien a sus familias, el “corre corre“ desenfrenado de un mundo escaso de oportunidades y que sólo recompensa a unos pocos.
Ya estaba ahí, caminando por las calles donde alguna vez corrí descalzo. Las mismas voces del pasado mencionaban mi nombre. El tiempo había construido su camino en el cuerpo de muchos, de todos. Pero en el mío también, por supuesto. Jugábamos a devolver el tiempo: a prender las lámparas de petróleos en frascos de mayonesa para iluminar las noches o a salir a la esquina a hacer fila con un balde en la mano para recoger agua. Pero hoy, aunque hay agua dentro de las casas y cables eléctricos alumbrando, aún se atizan muchas ausencias de bienestar.
Un rato después de estrechar manos y dar abrazos, volvía a partir. Me alejaba del mundo que me enseñó a vivir de manera primitiva, cuando Cali apenas paría el Distrito de Aguablanca. El sol parecía despertar el polvo hambriento que se venía con fuerza sobre mi cara. Mi cuerpo vagaba, mi mente se quedaba y mi voz hacía bulla en el sótano de mis recuerdos, aguzando miles de ideas para accionar.
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