viernes, 29 de enero de 2010

LA ETICA EN NUESTRO CONTEXTO.


A continuación presentaré un esbozo del concepto de ética diferenciándolo de la moral. Igualmente abordaré el tema de la virtud, tal como lo plantea Aristóteles. Vale la pena advertir que, a pesar de intentar ser lo más enfático, tomaré sólo elementos esenciales de dichos conceptos, pues sería muy pretensioso abordar un tema, donde Aristóteles es bastante detallado, en unas cuantas líneas.

El conocimiento vulgar asimila el concepto de ética limitándolo únicamente a una disciplina que se encarga de la conducta humana[1]. Pero además no existe distinción alguna entre ella y la moral, pues la misma cultura, o la misma moral, se han encargado de confundir los dos términos. Y es Aranguren, precisamente quien ofrece los elementos claves para distinguir dichos conceptos donde se remite al principio etimológico, y diferencia el ethos del êthos. Para ello desarrolla una evolución histórica del concepto desde la antigua Grecia y analiza su transformación en la cultura latina, hasta la diferenciación que hoy día existe, donde ethos se refiere a los hábitos morales y êthos a la ética[2].
Pero la diferencia va mucho más allá, e incluso ha sido suprimida, gracias al interés de las instituciones sociales que propenden una sociedad moral en vez de una ética, en donde los individuos tendrían la posibilidad de construirse a sí mismo.
Veamos más detalladamente la cuestión.

El ethos no delibera, es continuo y repetitivo, se mueve en el pasado (costumbres y hábitos) y en el futuro (se proyecta como ideas). Se intenta establecer un modelo de vida cíclico, prediciendo dicho modelo. Aquí los seres humanos tienen menos posibilidad de acción positiva ante una contingencia, pues no hay deliberación propia, sino que el uso de la razón es de acuerdo a la moral[3]. Este tipo de ethos (que seguiremos entendiendo como moral), es planteada como una moral positiva y una moral negativa.

La moral positiva se refiere a la posibilidad de elegir y actuar voluntariamente, pero de acuerdo a la moral, el hábito, que lo impulsa a hacerlo. De cierta forma hay un espacio de interacción voluntaria, aunque no de sí mismo, pues su elección se efectúa desde los hábitos sociales. La segunda se puede describir como un impulso de acción que los seres humanos que creen propio, pero en realidad están siendo manipulados por la sociedad moral, no hay elección dentro de los hábitos, actúan y se mueven tal como si fuesen títeres.

El êthos es por esencia deliberativo, busca fundamentos, hay libertad y ésta actúa solo en el presente, pues, además de considerarlo como la única realidad, es allí donde se puede actuar efectivamente. Considera dos principios fundamentales e ineludibles: La conservación de sí y la conservación de la especie. Con la deliberación, podemos enfrentar las contingencias de forma activa, así las utilizamos para apoyarnos en ellas y de alguna manera ellas no terminan imponiéndose a nosotros[4]. Implica la ética libertad y con ello la posibilidad de construirse a sí mismo, independiente de los hábitos morales.

A partir de esto que entendemos como ética es donde Aristóteles desarrolla todo un tratado acerca del êthos, donde la razón, es esencial para que, en medio de la libertad humana, el hombre tenga la posibilidad de construir su carácter y determinar la voluntad, con base en la virtud. Precisamente, abordare éste tema de la virtud desde la ética, remitiéndome a Aristóteles.

En primer lugar, Aristóteles no le interesa buscar una definición de la virtud, pues lo que él pretende es como el ser humano puede ser virtuoso.

Afirma que hay dos tipos de virtudes:
La virtud que se adquiere con la enseñanza (es intelectual), y por lo tanto se forja con la praxis, con la experiencia y el tiempo. Consisten fundamentalmente en el dominio irracional del alma.
También hay un tipo de virtud que se proviene de la moral, donde ésta se forja a partir de la costumbre, además esta virtud no es natural, ya que si fuera así, todos seríamos virtuosos. Suma a éste argumento Aristóteles la cuestión de que la naturaleza sólo nos da potencialidades y depende de nuestros actos si explotamos o no, dicha potencia (el hecho de tener ojos no significa que los utilicemos bien)[5].

De esta forma, tal como el bien, que no es una idea sino una acción, así mismo, somos virtuosos solo cuando actuamos, en el hacer: “Nos hacemos justos practicando actos de justicia[6]”. Estas acciones se adquieren a partir de la costumbre y el ejercicio del hábito, practicándolas las volvemos hábitos de nuestro comportamiento. Pero hay algo fundamental en dichas acciones y es que ellas son siempre voluntarias, siempre hay conciencia.

Pero, ¿Cómo llegamos a ser virtuosos?, Aristóteles responde a esta cuestión desde una concepción del êthos: a partir de los actos basados en la recta razón. A partir de esto es cuando inicia un análisis de la virtud relacionado con las acciones de los seres humanos, acciones que pueden ser malogradas (no virtuosas), por defecto o por exceso. Acierta en una acción el hombre virtuoso que se ubica en el término medio, cuya medida no es exacta, si no que oscila entre los extremos.

¿A que se debe que malogremos las acciones? Precisamente, Aristóteles se detiene en ello para explicar que estas acciones están en relación con los placeres y dolores: “por obtener placer cometemos actos ruines (exceso), y por evitar penas, nos apartamos de las bellas acciones (defecto)”[7]. Tomaremos un ejemplo clásico para explicar ello: La templanza es el término medio entre el libertinaje y la insensibilidad. El libertinaje es el exceso de acción, donde el deseo es el que razona, mientras que la insensibilidad es una falta de acción. Consiste en la virtud de la moderación frente a los placeres y las penalidades.

¿Y como funciona todos esto en nuestra sociedad?

Empecemos por aclarar que la distinción entre ethos y êthos sólo se presenta en un mundo ajeno al cotidiano. Es decir, la gente del común (e incluso se podría suponer que muchos de la ciencia) no diferencian entre ética y moral, y llaman ético a lo que es moral y viceversa. Además que a ello aportan las instituciones sociales, quienes son las más interesadas en reproducir la moral, ya que ella le garantiza su permanencia y su validez dentro de un determinado contexto.

Instituciones como el gobierno, la escuela, la iglesia (sin distingo de religión), los medios de comunicación e incluso la familia, se encargan a todo costo, que la moral sea el estandarte de nuestra sociedad, reprimiendo la libertad de acción en el individuo, mucho menos la construcción de sí mismo.

Quizá se argumente desde un punto de vista positivo que entre más moral sea una sociedad, hay mayor control social, y por lo tanto se tiende entonces a disminuir los conflictos. Así entonces podríamos convertir nuestra sociedad en un Estado nómico, organizado.

¿Pero acaso esto ha sucedido en las sociedades que se pueden denominar morales en el sentido que hemos entendido aquí de lo que es moral?.
No cuento con datos empíricos para sustentarlo, pero un análisis rápido, me permite ver que incluso una sociedad como la de los Estados Unidos, - que es potencia económica y militarmente, donde la moral está arraigada fuertemente desde el Estado (ejemplo de ello son las prohibiciones legales de la dosis personal o la prostitución)- , presenta múltiples hechos que demuestran altos niveles de descomposición social: niños que realizan masacres en las escuelas, francotiradores que asesinan por diversión, asesinos en serie, mujeres que asesinan a sus hijos, etc. . La lista sería más extensa.

A nivel global, vemos el ejemplo de la iglesia, quien se ha apoyado siempre en sus doctrinas morales parta garantizar su dominio en la sociedad a los largo de los casi 1.700 años de estar institucionalizada. Aquí, tal como ya se había mencionado en clase, se utiliza la moral en todos sus sentidos, incluso legitimando la acción de matar (vemos este tipo de acciones en la edad media y en las guerras de las Cruzadas) o mentir (cuando se asumía como cierto el concepto cosmológico de Aristóteles y se reprimía cualquier intento de contradecir ello, además de ocultar escrituras que pusieran en entredicho su poderío).
Incluso hoy día, la moral de la doctrinas religiosas aún sigue ejerciendo control sobre sus creyentes, vemos por ejemplo el caso del fundamentalismo islámico, cuyos preceptos avalan el asesinato de muchos seres humanos, justificando ello con su idea religiosa.

Evidentemente, no son sociedades que se puedan denominar “éticas”, pero quedaría entonces rebatida la idea del orden social con una sociedad fuertemente moral.

Por ello, debo llamar la atención en el ingenio y genio de Aristóteles, quien advierte el uso de la recta razón para cada acto. Obviamente en los casos mencionados anteriormente, ésta se encuentra ausente.

En éste orden de ideas, cabría preguntarse ¿son hombres virtuosos nuestros gobernantes políticos y religiosos?
Quizá en algunas ocasiones lo sean, pero por lo menos, con las acciones impuestas demuestran que actúan en los extremos del término medio, que es la virtud.

Estamos en contexto donde los placeres imperan sobre la recta razón: un capitalismo – por no llamarlo sociedad del consumo-, donde el mercado genera la necesidad de colmar los placeres más vanos; un sistema educativo cada vez más mediocre, donde cada vez menos se motiva el uso de la razón, y por el contrario, responde a las necesidades del neoliberalismo; una iglesia que busca entrometerse en la vida privada de los hombres, imponiendo que debe o no hacerse y un gobierno que se detiene más en cuidar su orgullo y demostrar su poderío, antes de confrontar razonablemente el conflicto y las necesidades sociales que nos absorben. Los caracteres de Teofrasto viven más que nunca en nuestra sociedad actual, y el êthos tiene acción en su remoto origen.

De esta forma, estamos en un mundo donde las probabilidades de construirnos a nosotros mismos, dependen de un proceso de liberación –desalienación-, de los modelos de vida impuestos por una sociedad moral. Podemos ser éticos en la medida en que nos reconozcamos como individuos y seamos capaces de actuar de forma racional, no excediéndonos en el placer, pero tampoco siendo defectuosos en la razón; y recordando siempre los preceptos fundamentales de la ética: “conservarse a sí mismo y conservar a los demás”.



[1] Tal como lo menciona Russell, pero aludiendo a que dicha concepción es insuficiente, pues la etica se debe mirar como una ciencia. Véase a Russell Beltrán. Ensayos Filosóficos, Elementos de la ética. Barcelona, Altaya, 1993.
[2] Remítase al texto de Aranguren, J.L., Ética, Capítulo 2, El Principio Etimológico. Barcelona, Ediciones Altaza, 1994.
[3] Hay que recordar que los actos humanos no son cíclicos (tal como si suceden en los astros, o en los demás animales y plantas), sino que son impredecibles, muchas veces únicos. Véase a Gómez A.L., êthos, la construcción de sí mismo a partir de la praxis y el uso de la razón. Genealogía del êthos, principio de situación doble, Contingencia, presente. Tesis de Maestría, Universidad del Valle.
[4] Ibidem.
[5] El tema de la virtud será tratado básicamente con lo expuesto en La ética Nicomaquea. Aristóteles, Ética Nicomaquea, Libro II. Bogotá. Ediciones Universales, 2004.
[6] Op. Cit. Pp. 33
[7] Op. Cit. Pp. 36

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