Te acordás cuando mi mano cabía en la tuya?
La cogías con fuerza mientras caminabas con tus pasos largos. La mía era pequeña, suave, limpia. Así como mi tía Clara me enseñaba tenerla.
La tuya era tosca, áspera y sucia. La fuerza con que empujabas la pala para sacar kilos de arena y tirarla encima de una volqueta, había moldeado tus palmas. No tenías otra manera de poder conseguir dinero. Así podías comprar mis cuadernos y pagar con mucho esfuerzo mis estudios de primaria y secundaria.
Era también la manera de poder subirme a un bus llamado Blanco y Negro ruta 2 para llevarme a la tribuna norte del estadio y ver jugar al Pibe Valderrama y a Bernardo Redín con el Deportivo Cali.
Te acordás de aquella habitación con paredes blancas hechas de bahareque, forradas con barro y boñiga seco?
Por los rotos del cielo falso se alcanzaban a ver las tablillas del bahareque. Los pedazos de boñiga y barro seco se desprendían de él, cuando las lluvias arreciaban y vencían las tejas de barro, haciendo que lloviera dentro.
Tu cama ancha con uno que otro resorte del colchón queriendo salirse del forro. La mía angosta con uno maltrecho, pero suficiente para poder dormir.
El armario de madera donde cabía tu ropa y la mía. Y el cajón rústico hecho con tablas, donde tenías tus libros, un tesoro de revistas y objetos con los que me entretenía horas eternas aún siendo niño. La colección de palitos de revolver tragos en las discotecas que un día te rayé, poniendo ojos y bocas a cada uno con lapicero.
Cuántas tardes de domingo, viéndote ahí con el radio del tamaño de un ladrillo, escuchando los partidos del Deportivo Cali. Todo lo pintabas de verde y en la pared un afiche con los jugadores formados tenía un letrero en la parte de abajo que decía: SUBCAMPEÓN DE COPA LIBERTADORES 1978.
Te acordás cuando una lágrima tuya salió para dejarse ver de mi?
Me estabas abrazando como pocas veces lo hacías, mientras decías al oído: Pídale al alma de su abuelita que me ayude a protegerlo y a que salga adelante. Pocos años después te vería igual, despidiendo a mi tía Clara, tu hermana con la que viviste casi toda tu vida, la mujer que fue como otra mamá para mi.
Solos, muchos años viviendo de los recuerdos de mi tía acabando con cuanto libro se le atravesara y de mi abuela con su máquina de coser vistiéndonos a todos. La cal de las paredes se caía, el techo se desmoronaba. Solos refugiados en la única parte de la casa que tenía ladrillo. La casa que nos quedaba grande.
Te acordás el día en que tuviste un nieto?
Tu rostro cambió. Ahora pocas veces tenías el ceño fruncido. Reías más seguido y todos los días llegabas a verlo. Tu carácter fuerte era frágil cuando estabas con él: se paraba en tu cabeza, saltaba en tu panza y te ordenaba que lo llevaras al parque cuando te veía. Todo lo hacías para hacerlo feliz. Luego vino el otro y el tercero. No fuiste diferente con ninguno. Todo lo que pude ver de ti en amor, estaba ahí. Siempre que podíamos veíamos el año nuevo llegar juntos. Ahora éramos 5. Ellos crecían, mientras los llevabas en la aventura de tu bicicleta.
Ahora permaneces, el papito incondicional.