Todo comenzó aquel día, aquella mañana. Tenía 6 años y mi tía clara me llevaba con su mano a un lugar que nunca antes
había visto. No entendía muy bien a que me llevaba. La entrada, después de las rejas, era por una puerta grande en forma de U al revés. Se me
parecía una iglesia.
Llegamos a una oficina y luego de estar ahí un
corto tiempo, otra persona adulta me cogió de la mano y me empezó a
separar de mi tía, llevandome hacia un lugar interior: un patio donde habían
muchas habitaciones y se escuchaba en ellos, a una persona adulta hablando
fuerte.
La angustia del
lugar desconocido hizo que quisiera soltarme de quien me llevaba agarrado de la mano. Fue en vano. Llorando miré hacia atrás y allá pude ver que mi
tía clara estaba parada, vigilando y expectante para saber la
habitación en que el señor me entraría. Al verme llorando se vino hacia mi.
Se agachó hasta que sus ojos estuvieran de frente a los míos. No recuerdo lo que me dijo. Si recuerdo que logró interrumpir el llanto, aunque el miedo seguía.
Seguí en dirección a la habitación, esta vez con mi tía. Entramos y había una manada de niños con camisa de cuadritos pequeños y azules. Estaban sentados en unas mesas largas de madera, pegadas con tubos a una banca, donde cabían dos. Una señora de voz gruesa con gafas nos recibía, era la única persona adulta en el lugar. Me cogía de la mano y me llevaba a una de las bancas pegada a la mesa, donde ya había un niño. Justo el espacio era para mi.
La señora se despidió de mi tía, y el miedo se quedaba conmigo. fue una mañana eterna. el sonido de los timbres y la voz de la señora que leía las vocales me asustaban. El bullicio de los niños también. No sospechaba que ese día el camino empezaba.
Todo comenzó aquel día
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